Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(24)



Almorzábamos juntos, sin hablar demasiado.

Y luego trabajábamos. Conseguí hacerle un hueco en mi escritorio y, mientras yo terminaba encargos, ella hacía los deberes y estudiaba en silencio, con un codo apoyado en el borde y la mejilla sobre la palma de la mano. A veces me distraía su respiración pausada o que moviese las piernas bajo la mesa, pero en general estaba sorprendido por lo fácil que me resultaba tenerla al lado.

—?Puedo poner música? —preguntó un día.

—Claro. Elige el disco que quieras.

Puso uno de mis preferidos, Nirvana.

Tras la primera semana de vacaciones, los dos teníamos ya una rutina marcada. Al atardecer, mientras yo continuaba trabajando un poco más, ella pasaba un rato a solas en su habitación, tumbada en la cama o dibujando con un trozo de carboncillo casi consumido. Salía para ayudarme a hacer la cena y, al terminar, estábamos un rato en la terraza.

Esa noche, la gata se pasó por allí.

—Eh, mira quién está aquí. —Bajé de la hamaca y le acaricié el lomo; el animal respondió con un bufido—. Así me gusta, agradecida y dulce — ironicé.

—Iré a buscar algo de comida.

Leah apareció con una lata de atún y un cuenco lleno de agua. Se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas y un suéter rojo viejo y lleno de bolitas, a pesar de que llevaba pantalón corto. Y allí, mirándola mientras le daba de comer a la gata, pensé…, pensé que alguien debería pintar esa escena. Alguien que pudiese hacerlo. El momento de paz, los pies descalzos, el pelo rubio revuelto y despeinado, la cara lavada y el mar hablando en susurros a lo lejos.

Aparté la vista de ella y le di un trago al té.

—En dos días empieza el Bluesfest. Iremos.

Leah alzó la cabeza hacia mí con el ce?o fruncido.

—Yo no. Blair me invitó y le dije que no podía ir.

—Ah, ?tienes algún compromiso social? ?Una cita con el médico? Si no es el caso, te aconsejo que enciendas ese teléfono que tienes cogiendo polvo y que llames a Blair para aclararle que te equivocaste. Queda con ella. Así me despejaré un rato.

—Hablas como si fuese una carga.

—Nadie ha dicho eso —repliqué.

Aunque puede que tuviese razón. Me motivaban sus avances, pero también echaba de menos pasar una noche por ahí, sin responsabilidades, sin estar pendiente de otra persona.

Así que, el viernes al atardecer me dirigí con Leah hacia Tyagarah Tea Tree Farm, al norte de Byron Bay, donde se celebraba el Bluesfest, uno de los festivales de música más importantes de Australia. La zona era también el hábitat de varios grupos de koalas, y la organización estaba comprometida con su cuidado, de modo que muchos turistas podían observarlos; el a?o anterior habían plantado ciento veinte árboles de caoba y financiaban programas de vigilancia que llevaba a cabo la Universidad de Queensland.

Divisamos docenas de carpas blancas ya desde lo lejos, antes de que nos aproximásemos a una de las varias entradas distribuidas por las hectáreas del prado. Esperamos en aquella puerta porque Leah había quedado allí con Blair después de que la amenazase con unirme a ellas.

??Qué dices? ?Venir con nosotras??, había preguntado alucinada.

?Sí, a menos que hagas cosas normales, te vayas a pasar un rato con tus amigos y dejes que yo haga lo mismo con los míos. O si lo prefieres y no te incomoda, me uno a vosotras, veo cómo os hacéis trencitas en el pelo e intercambiamos pulseras de colores de la amistad. Tú eliges. Hay dos opciones. A mí me sirve cualquiera, pienso emborracharme igual.?

??Tengo permiso para hacer eso mismo??

?Claro que no. Ni una gota de alcohol.?

?Está bien, llamaré a Blair, tranquilo.?

No respiré aliviado hasta que vi aparecer a su amiga caminando sonriente hacia nosotros. La saludé distraído, pensando ya en las ganas que tenía de tomarme una cerveza, escuchar música, relajarme y hablar de cualquier cosa fácil que no implicase tensión ni ir con pies de plomo como si caminase por un campo lleno de minas.

—Recuerda estar pendiente del teléfono —le dije.

—Vale, pero no…, no tardes mucho. —Me miró suplicante y estuve a punto de echarme atrás, sacarla de allí y llevármela a casa, a la seguridad de esas cuatro paredes en las que parecía sentirse cómoda.

Pero luego recordé el brillo que nacía en sus ojos cuando rompía esa capa con la que se protegía y decidí seguir adelante.

—Luego te llamo. Disfruta, Leah. Pásatelo bien.

Me interné en el recinto sin mirar atrás. Como todos los a?os, el festival estaba lleno de gente y tardé un rato en encontrar a mis amigos cerca de una de las muchas casetas en las que servían comida y bebida.

Saludé a Jake y a Gavin dándoles una palmada en la espalda y me pedí una cerveza. A esas horas, varios grupos ya estaban tocando. Tom apareció unos minutos después, ya un poco tocado.

—Hacía semanas que no se te veía el pelo.

—Ya sabes, vivo con una adolescente a tiempo completo.

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