Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(19)



—Pero ?qué haces? Es casi ofensivo.

—A nadie le gusta la corteza —replicó.

—A mí me flipa la corteza. ?Qué gracia tiene que todo el pan sea blanco, sin nada que rompa la monotonía? No, joder. Muerdes primero los laterales y luego rematas el centro.

Vi una sonrisa tímida cruzando su rostro antes de que la cortina de pelo rubio se interpusiese cuando se inclinó para alcanzar un paquete de espaguetis. Veinte minutos después, mientras estábamos en la caja, noté que Leah parecía más relajada, como si los nubarrones que siempre llevaba en la cabeza se hubiesen disipado un poco, y me dije que tenía que encontrar la manera de sacarla más de casa, de conseguir alejarla de la apatía que vestía todos los días; el siguiente mes las cosas iban a cambiar, aunque todavía no había establecido un plan.

Al salir del supermercado, estuvimos a punto de tropezar con una chica de ojos redondos y casta?os que llevaba el pelo oscuro recogido en una coleta alta. Le sonrió a Leah, mirándola con cari?o, y habló gesticulando con las manos.

—?Qué casualidad! Acababa de llamarte para ver si estabas bien al no verte por el instituto, pero luego recordé que ya no tienes…, que ya no usas…

Dado que Leah no reaccionaba, intervine:

—El teléfono móvil.

—Eso es. Me llamo Blair, aunque ya nos conocemos.

No la recordaba. Había conocido a varias amigas de Leah cuando la veía pasear rodeada de chicas aquí y allá, de la playa a la ciudad y de la ciudad a la playa sin ninguna preocupación a la vista y riendo como una chiquilla.

—Encantado. Axel Nguyen.

—No había dormido bien —logró decir Leah.

—Entiendo. Aun así, si te sigue apeteciendo ese café…

—Sí que le apetece —me adelanté.

Leah intentó asesinarme con la mirada.

—Venía a por champú, pero estoy libre —a?adió Blair.

—Y ella también. Toma —le di a Leah un par de billetes—. Comed algo juntas. Yo tengo cosas que hacer. ?Quedamos aquí dentro de una hora?

Vi el pánico arremolinándose en sus ojos. Una parte de mí quiso hacerlo desaparecer de inmediato, pero la otra parte…, la otra se alegró, joder. Me tragué la compasión y le di la espalda a la súplica silenciosa que sus labios no llegaron a pronunciar.





20



LEAH

Me quedé allí, de pie y en medio de la acera, mientras Axel desaparecía calle abajo. Tragué saliva al notar las pulsaciones más rápidas y bajé la vista al suelo. Había una hoja justo al lado del zapato de Blair. Era rojiza, con las peque?as membranas dibujándose en su interior como un esqueleto que crecía bajo la piel llena de color. Aparté la mirada al pensar en la tonalidad, en la mezcla que daría ese resultado.

—?Me acompa?as a por el champú y vamos a comer?

Asentí, ?cómo negarme? No solo porque Axel me hubiese obligado a hacerlo, sino porque era imposible ignorar el anhelo que escondían los ojos de Blair, siempre tan transparente incluso cuando se esforzaba por no serlo.

Así que volví a internarme de nuevo con ella en la zona de droguería, y después nos dirigimos hacia un local que estaba cerca, en el que hacían ensaladas variadas y siempre servían pescado fresco.

—Por lo que veo, la convivencia con Axel va bien.

Rodeé la mesa para sentarme enfrente de Blair.

—Algo así, hoy no ha sido su mejor día.

Ella me miró con interés cuando el camarero se marchó después de que hiciéramos el pedido. Me fijé en el movimiento rítmico de sus piernas por debajo de la mesa y supe que estaba nerviosa, sin saber cómo romper el hielo, algo que solo me hizo sentir peor.

—?Sigues sintiendo algo… todavía?

No hizo falta más para que la entendiese.

—No. —?Porque ahora ya no siento nada?, quise a?adir, pero dejé que las palabras bajasen por mi garganta, impidiéndoles salir. Qué lejos parecía aquella época en la que me pasaba todo el día junto a Blair, jugando a hacernos mayores cuando aún éramos unas crías, hablándole constantemente de él, de Axel, de lo mucho que lo quería, de lo especial que era, de que lo que pedí al soplar las velas en mi cumplea?os número diecisiete fue poder besarlo alguna vez y saber qué sentiría al hacerlo.

Respiré hondo, incómoda y con la boca seca. Y después me propuse ser normal durante esos tres cuartos de hora que quedaban; o lo más cerca que pudiese llegar a estar de ese concepto—. ?Qué tal te va en el trabajo?

Ella sonrió animada y feliz por tener algo de qué hablar.

—Bien, bien, aunque es mucho más sacrificado de lo que esperaba.

Los ni?os no paran quietos ni un momento, te juro que la primera semana tuve agujetas. Y los padres…, en fin, algunos deberían hacer un cursillo educativo antes de ponerse a procrear.

Esbocé una sonrisa trémula que casi me dolió.

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