Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(21)



—Está bien esto de no fumar —dijo riendo.

—Es genial. Liberador. —Expulsé el humo—. ?Cómo van las cosas por Sídney?

—Mejor que el mes pasado. ?Qué tal aquí?

—Por el estilo. Leah avanza despacio.

él miró la punta del cigarrillo y suspiró.

—Ya casi no recuerdo cómo era antes. Ya sabes, cuando se reía por cualquier cosa y era tan…, tan intensa que siempre me dio miedo que se hiciese mayor y no fuese capaz de gestionar sus propias emociones. Y

ahora, mira. Jodida ironía.

Me tragué las palabras que me quemaban en los labios; de no hacerlo, le hubiese dicho que para mí seguía siendo igual de intensa en todos los aspectos, también a la hora de encerrarse y obligarse a no sentir nada porque, si lo hacía, sentía dolor por lo ocurrido y culpabilidad ante la idea de seguir disfrutando de la vida cuando sus padres ya no podían hacerlo, como si no lo considerase justo. Oliver había asimilado la tragedia desde una óptica diferente; emocional, sí, pero con su parte práctica casi por obligación. Había llorado en el entierro, se había despedido de ellos y se había emborrachado conmigo la noche siguiente; después se había limitado a ponerse a trabajar, a organizar las cuentas familiares y a cuidar de Leah, que estaba hasta arriba de calmantes.

Yo había pensado mucho últimamente en la muerte.

No en lo que pasa cuando ocurre, no en ese adiós que todos terminaremos diciendo algún día, sino en cómo afrontarla cuando se lleva a las personas que más quieres. Me preguntaba si la tristeza y el dolor eran sentimientos instintivos o si nos habían inculcado cómo debíamos digerir ese trance.

Me terminé el cigarro.

—?Te apetece? —se?alé el mar con la cabeza.

—?Estás loco? Vengo directo del aeropuerto.

—Vamos, será como en los viejos tiempos.

Cinco minutos después le había dejado un ba?ador y una tabla de surf y estábamos caminando por la arena. Aquel día hacía viento y el agua estaba fría, pero Oliver no se inmutó mientras nos adentrábamos en el mar.

Algunos rayos de sol se colaban entre la telara?a de nubes que cubría el cielo e intentamos pillar algunas olas, aunque eran bajas y apenas tenían fuerza. Cogimos un par, haciendo maniobras cortas y rápidas, y después nos quedamos tumbados sobre las tablas, de cara al horizonte.

—He conocido a alguien —dijo Oliver de pronto.

Lo miré sorprendido. Oliver ?no conocía a mujeres?, tan solo ?se acostaba con mujeres?.

—Vaya, eso sí que no me lo esperaba.

—Da igual, porque no puede ser.

—?Por qué? ?Está casada? ?Te odia?

Oliver se echó a reír e intentó tirarme de la tabla.

—No es un buen momento para empezar una relación; en unos meses volveré aquí y luego está Leah, responsabilidades, el tema del dinero, muchas cosas… —Nos quedamos callados, cada uno pensando en lo suyo —. ?Tú sigues viéndote con Madison?

—Alguna vez, cuando me aburro, cosa que casi nunca ocurre ahora que trabajo como ni?era a tiempo completo.

—Sabes que voy a estar siempre en deuda contigo, ?verdad?

—No me jodas, no digas chorradas.

Salimos del agua y vi la bicicleta de Leah al lado del poste de madera de la terraza. Cuando Oliver la encontró en la cocina, la abrazó con fuerza a pesar de llevar el ba?ador mojado y de que Leah no dejaba de quejarse. Se apartó de ella y, sujetándola por los hombros, la observó despacio.

—Tienes buen aspecto.

A Leah se le escapó una sonrisa.

—Tú no. Deberías afeitarte.

—Enana, te he echado de menos.

Volvió a abrazarla y, cuando nuestras miradas se cruzaron mientras él la sujetaba contra su pecho, vi la gratitud reflejada en sus ojos; porque él sabía…, los dos sabíamos que ella estaba mejor, un poco más despierta.





22



LEAH

El caos se desató en cuanto entré en casa de los Nguyen; los gemelos se lanzaron hacia mí, aferrándose a mis piernas como hacían con todo el mundo mientras su padre intentaba apartarlos y Emily me daba un beso en la mejilla. Conseguí llegar a la cocina siguiendo a Oliver, y Georgia nos abrazó a los dos como si llevara a?os sin vernos; a Oliver le revolvió el pelo y le pellizcó la mejilla diciéndole que ?estaba tan guapo que era un delito que saliese a la calle?, y a mí me meció con delicadeza, como si creyese que fuese a romperme si lo hacía más fuerte. No sé por qué, pero me emocioné como no lo había hecho las semanas anteriores. Quizá fue porque olía a harina y me recordó las tardes que ella y mamá pasaban en nuestra cocina hablando y riendo, con una copa de vino blanco en la mano y la encimera llena de ingredientes. O porque estaba bajando las defensas.

La idea me aterró. Volver a sentir tanto…

Fui al salón y me senté en un extremo del sofá deseando fundirme con la pared. Estuve un rato con la mirada fija en los peque?os hilitos que sobresalían de un lado de la alfombra, oyendo la voz fuerte y serena de Oliver mientras hablaba con Dani?l de un partido de fútbol australiano. Me gustaba verlo con el padre de Axel porque volvía a ser el de siempre, animado y relajado como si nada hubiese cambiado.

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