Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(23)



—Porque esto es bueno para ti. Llorar.

—Pero me hace da?o.

—El da?o es un efecto colateral de vivir.

Cerró los ojos, la noté temblar y la abracé.

—Entonces, no sé si quiero vivir…

—No digas eso. Joder, no lo digas nunca.

Me aparté de ella temiendo que fuese a derrumbarse, pero vi justo lo contrario: parecía más fuerte, más entera, como si algún pedazo se hubiese puesto en su lugar. Quería entenderla. Yo quería…, necesitaba saber qué estaba ocurriendo dentro de ella; entrar, escarbar, abrirle el corazón y verlo todo. Y la impaciencia me podía, la curiosidad me consumía. Intentaba dejarle espacio, pero terminaba quitándoselo.

—Sabía lo de mi padre —dijo Leah tan bajito que el viento de la noche se comía sus palabras y yo tenía que inclinarme hacia ella para oírla—. Me dijo que, si al encontrar a tu alma gemela suena una canción en tu cabeza, es un regalo. Algo especial.

Asentí, callado, con la espalda apoyada en la madera.

—?Y a ti te ha ocurrido alguna vez?

Intenté sonar divertido, quitarle hierro al asunto, pero Leah me miró muy seria, con los labios apretados y los ojos aún brillantes después de llorar.

—Sí.





24



LEAH

Papá siempre estaba escuchando música y yo adoraba cada nota, cada estribillo, cada acorde; cuando regresaba a casa del colegio caminando con Blair y veía nuestro tejado a lo lejos, siempre me la imaginaba como cuatro paredes mágicas que guardaban dentro melodías y colores, emociones y vida. Mi canción preferida de peque?a era Yellow submarine, la podía cantar con mis padres durante horas, manchada de pintura en el estudio de papá o abrazada a mamá en el sofá, que era tan viejo que casi te hundías cuando te sentabas. Y se quedó conmigo al crecer. El ritmo infantil, las notas desordenadas, la letra tan imprevisible que hablaba del pueblo en el que nací, de un hombre que navegaba por el mar y contaba cómo era la vida en la tierra de los submarinos.

Una semana después de que yo cumpliera los dieciséis, Axel vino a casa, estuvo un rato hablando con mi padre en el salón y luego llamó a la puerta de mi habitación. Yo estaba enfadada con él, porque era una ni?a y cosas así eran mi máxima preocupación, como que no hubiese venido a mi cumplea?os porque se fue a un concierto con un grupo de amigos a Melbourne y pasó allí el fin de semana. Lo recibí con el ce?o fruncido y dejé el pincel lleno de acuarela encima del estuche abierto que tenía sobre la mesa.

—Hey, ?a qué viene esa cara?

—No sé de qué hablas.

Axel sonrió de lado, esa sonrisa que hacía que me temblasen las rodillas. Y lo odié por provocar en mí ese efecto sin saberlo, porque siguiese tratándome como a una cría peque?a cuando yo me sentía muy mayor delante de él, porque ya me había roto el corazón varias veces…

—?Qué es eso? —se?alé la bolsa que llevaba.

—?Esto? —Me miró divertido—. Esto es el regalo que no vas a tener como no desaparezca esta arruga que tienes aquí… —Se inclinó hacia mí y yo dejé de respirar cuando me alisó la frente con el pulgar. Después me lo tendió—. Feliz cumplea?os, Leah.

Estaba tan emocionada que tardé medio segundo en olvidar mi enfado.

Rompí el papel de regalo y abrí la caja peque?a con impaciencia. Era una plumilla fina y flexible de una conocida marca que costaba una fortuna; él sabía que había empezado a utilizarlas para perfeccionarme en otras técnicas.

—?Lo has comprado para mí? —me tembló la voz.

—Para que sigas creando magia.

—Axel… —Tenía un nudo en la garganta.

—Espero que algún día me dediques algún cuadro. Ya sabes, cuando seas famosa y llenes galerías de arte y ya casi no te acuerdes de ese idiota que no vino a tu cumplea?os.

Tenía la mirada borrosa y no podía ver bien su expresión, pero con el corazón latiéndome con fuerza en el pecho oí la melodía infantil, las notas se arremolinaron en mi cabeza, el sonido del mar que acompa?aba los acordes iniciales…

él no podía ni imaginarse las palabras que se me atascaron en la garganta, deseando salir. Esas que casi quemaban. Resbalaban. ?Te quiero, Axel.?

Pero, cuando abrí la boca, tan solo dije:

—Todos vivimos en un submarino amarillo.

Axel frunció el ce?o.

—?Estás hablando de la canción?

Negué con la cabeza, dejándolo confundido.

—Gracias por esto. Gracias por todo.





25



AXEL

A partir del 9 de abril, cuando comenzaron las vacaciones escolares del primer trimestre, fue inevitable que empezásemos a convivir de verdad.

Leah se negó a meterse en el agua por las ma?anas, pero si algún día se levantaba temprano, caminaba hacia la playa y se sentaba en la arena con la taza de café en las manos. Yo la veía a lo lejos, mientras esperaba la siguiente ola con impaciencia, en el silencio que acompa?a el amanecer.

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