Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(27)



o ?B&L, amigas para siempre?. Y justo al lado, un corazón pintado de rojo con un nombre en el centro: ?Axel?.

Contuve la respiración. Pensé que podía tratarse de una coincidencia; seguramente, un compa?ero suyo de clase se llamaría igual, o algún jodido cantante famoso que estuviese de moda. La cuestión es que, cuando ella regresó del instituto con una sonrisa inmensa, enterré el recuerdo en algún lugar perdido de mi memoria y lo dejé ahí.

No volví a buscarlo hasta esa noche en la que todo empezó a cambiar.





28



AXEL

Ya había amanecido cuando me desperté.

Abrí los ojos un poco desorientado. No estaba acostumbrado a seguir en la cama cuando el sol brillaba en lo alto del cielo. Claro que, por lo general, tampoco estaba acostumbrado a empalmarme viendo a una cría desnuda ni a dormirme pasadas las cinco de la madrugada dándole vueltas a lo ocurrido.

Me incorporé despacio, suspirando.

Mientras iba al cuarto de ba?o empecé a pensar en todo lo que tenía que hablar con ella. Iba a ser complicado; para empezar, porque ni siquiera sabía qué cojones decir. ?Primera prohibición: nada de besos.? Chasqueé la lengua enfadado. ?Y también lo de emborracharte y terminar vomitando en mi salón.? En cuanto a lo de salir así de la ducha, bueno, también tenía un par de puntos que discutir con ella.

Las cosas iban a ser diferentes, sí. Y ella tenía que empezar a cooperar.

Abrí la puerta decidido y furioso, pero en cuanto levanté la mirada me quedé congelado en el sitio, con la vista fija en el ventanal que daba a la terraza trasera.

Leah estaba allí, delante de un lienzo que ya no era blanco y estaba lleno de marcas caóticas negras y grises. Me acerqué sigiloso hasta el marco de la ventana, como si cada trazo tirase de mí hacia ella. La observé mientras deslizaba el pincel de un lado a otro con la mano temblorosa.

No sé cuánto tiempo estuve parado al otro lado de la ventana hasta que me decidí a salir a la terraza. Leah alzó la vista hacia mí y me zabullí en sus ojos enrojecidos; en el miedo, en la vergüenza, en las ganas que tenía de salir corriendo.

—Lo de anoche nunca ocurrió —dije.

—Vale. Lo siento… Lo siento mucho.

—No puedes sentir algo que nunca ha ocurrido.

Agradecida, Leah bajó la cabeza y yo me paré a su lado, con la mirada fija en el lienzo. Entonces pude verlo bien. Las salpicaduras grises que eran estrellas sobre el cielo oscuro, las rayas que se deslizaban hacia abajo y se curvaban en las puntas como si la noche estuviese hecha de humo. Todo era humo, en realidad. Lo entendí al ver cómo se enroscaba en los bordes de los laterales, como si aquella lobreguez intentase escapar de los límites del lienzo.

—Es jodidamente siniestro —dije admirado.

—Iba…, iba a ser un regalo —titubeó.

—?Un regalo?

—Un regalo, un ?lo siento? para ti. Pintar.

—?Has vuelto a pintar por mí, Leah?

—No. Yo solo… —Le tembló el pincel en la mano e intentó dejarlo encima de la madera, pero la sujeté de la mu?eca y se lo impedí.

—No quiero que dejes de hacerlo. Y no porque estés arrepentida de eso que nunca ha ocurrido, sino porque lo necesito, aunque solo sea en blanco y negro, no me importa. Necesito lo de antes —repetí—. Ver a través de ti lo que nunca encontraré en mí. Mírame, cari?o. ?Estás entendiendo lo que intento decirte?

—Sí. Creo que sí.





29



LEAH

él nunca le contó a Oliver lo que ocurrió la noche que fuimos al Bluesfest.

Esa semana con mi hermano fue un descanso mental, sin presiones, sin nadie pisándome los talones a cada paso que daba. Axel me asfixiaba. Era como si todas las emociones que tanto me esforzaba por mantener controladas se desbordasen cuando él estaba cerca, y ya no sabía cómo lidiar con ello. Cada vez que daba un paso atrás, Axel me empujaba hacia delante.

—He estado pensando… —me dijo mi hermano el sábado, un día antes de volver a marcharse, mientras se secaba el pelo con una toalla—.

?Te apetece que salgamos a comer? Podríamos dar una vuelta.

—De acuerdo.

—Vaya, no me lo esperaba.

—?Y por qué has preguntado?

Oliver se echó a reír y yo sentí un cosquilleo en el pecho. Mi hermano era…, era increíble. Tan leal. Tan hecho a sí mismo. Cuando el nudo que tenía en la garganta se hizo más fuerte me obligué a mantener esos sentimientos bajo control. Pude hacerlo. Porque él no era Axel. él no tiraba más y más llevándome al límite, sino que me dejaba ese espacio que tanto necesitaba para no ahogarme.

Paseamos sin hablar por las calles de Byron Bay y terminamos delante de Miss Margarita, un restaurante bonito y peque?o de comida mexicana al que a veces íbamos con nuestros padres. Oliver me cogió de la mano cuando me quedé parada, dubitativa.

—Vamos, Leah. Seguro que Axel te está matando de hambre con esa mierda suya de ser vegetariano. No me digas que no se te hace la boca agua al pensar en un taco de carne.

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