Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(26)



?Cómo se te ocurre desaparecer sin llevar el móvil encima, sin avisar a nadie y…?

Paré de hablar. Lo hice porque Leah me rodeó el cuello con los brazos, dejando congeladas las palabras que nunca llegué a decir, y me besó. Eso.

Joder. Se puso de puntillas y me besó. Me dio un vuelco el estómago cuando sus labios rozaron los míos y tuve que sujetarla de las caderas para apartarla.

—?Qué estás haciendo, Leah…?

—Solo quería… sentir. Tú dijiste…

—Joder, pero no así. Leah, cari?o…

Me callé, incómodo, al verla tan vulnerable y peque?a y rota. Solo quería abrazarla durante horas y aliviar lo que fuese que empezaba a sentir.

Y había olvidado cómo lo hacía ella, con esa intensidad que la cegaba, con esa impulsividad que la llamaba a saltar al vacío.

Irónicamente, todo lo que yo nunca fui.

—No me encuentro bien… —gimió.

Un segundo después, vomitó en el suelo del salón.

—Yo me encargo de esto, tú métete en la ducha.

Leah se alejó tambaleándose un poco y dudé de si estaría lo suficiente serena como para darse una ducha, pero olía a ron y pensé que el agua la despejaría.

No entendí la última mirada dolida que me dedicó. Esa noche no entendía nada.

Limpié aquel desastre mientras oía el agua correr por las ca?erías.

Me había besado. A mí. Leah.

Sacudí la cabeza contrariado.

Fui a la cocina cuando cesó el ruido del agua. Busqué en los armarios, pero no quedaba té, había terminado el último sobre la noche anterior. Miré a ver si tenía algo que sustituyese el sabor de Leah en los labios. Y acababa de encontrar unas galletas cuando oí su voz dulce a mi espalda.

—Necesito saber por qué nunca te fijaste en mí.

Me di la vuelta sorprendido. Y ahí estaba ella. Desnuda.

Completamente desnuda. Con el pelo mojado y un charco de agua a sus pies, con las curvas de su cuerpo recortándose bajo la luz de la luna que entraba por el ventanal y los pechos peque?os y firmes, redondeados.

Estaba tan bloqueado que ni siquiera pude apartar la mirada. Se me secó la boca.

—Joder. ?Quieres que me dé un puto infarto? Tápate, co?o.

?No, co?o no, eso no, porque…? Se me iba a salir el corazón del pecho; seguro que pesta?earía y estaría ahí, en el suelo de mi salón. Y

joder…, joder…, no sé cuándo pasó ni por qué, pero mi cerebro se desconectó como si alguien acabase de darle a un interruptor, y dejé de pensar. Al menos, con la cabeza. Se me puso dura.

Eso fue lo único que me hizo reaccionar. La excitación.

Cogí la tela que cubría el sofá y se la puse por encima. Leah sujetó los extremos casi por inercia y, por suerte, la mantuvo contra su cuerpo.

Respiré aliviado, aún con las pulsaciones a mil por hora, aún encendido delante de la hermana peque?a de mi mejor amigo. Quise darme de cabezazos contra la pared.

—Vete a la cama. Ya. Te lo ruego.

Leah parpadeó, a punto de llorar, con la mirada todavía vidriosa por culpa del alcohol, y se fue a su habitación. Yo me quedé allí, respirando agitado e intentando asimilar todo lo que había ocurrido en apenas unas horas.





26



LEAH

—Leah, la vida hay que sentirla. Siempre.

—?Y si lo que sentimos no siempre es bueno?

Estábamos sentadas en los escalones del porche trasero de casa y mi madre me trenzaba el cabello despacio, moviendo los mechones de pelo entre sus dedos.

—Puedes equivocarte y cometer mil errores, los humanos somos así, metemos la pata, pero para eso existe también el arrepentimiento, saber decir ?lo siento? cuando uno debe hacerlo. Pero, cielo, escúchame, ?sabes qué es lo más triste de no hacer algo por cobardía? Que, con el paso del tiempo, cuando pienses en ello solo podrás pedirte perdón a ti misma por no haberte atrevido a ser valiente. Y reconciliarse con uno mismo a veces es más complicado que hacerlo con los demás.





27



AXEL

?Necesito saber por qué nunca te fijaste en mí.?

Las palabras se repitieron en mi cabeza durante el resto de la noche.

Tumbado en la cama, sin poder dormir, recordé el día que entré en la habitación de Leah para esperarla porque su madre me había dicho que no tardaría en llegar. Yo solía pasar un rato por la casa de los Jones siempre que visitaba a mis padres; hablaba con Douglas, me reía con Rose o me dedicaba a echarle un vistazo a las últimas pinturas de Leah.

Veía en ella magia. Todo lo que yo nunca tuve.

Recordé una tarde a?os atrás en que la esperé sentado en la silla que había delante de su escritorio. Estuve mirando distraído unos dibujos desperdigados entre sus deberes. Al apartar algunos, encontré su agenda abierta y llena de notas como ?Entregar el trabajo de Biología el miércoles?

Alice Kellen's Books