Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(16)







16



LEAH

—Así que las cosas están mejor... —Blair me miró.

Asentí sin apartar los ojos del lazo morado que colgaba al final de su trenza; era un color intenso, vivo, como el de la piel de las berenjenas.

Inspiré hondo y, luego, hice eso que llevaba tanto tiempo evitando, interesarme por otra persona, romper la capa de indiferencia.

—?Tú también estás bien? —pregunté.

Blair sonrió antes de contarme cómo había sido su trabajo durante las primeras semanas. Como su madre era profesora del centro, la había recomendado para que pudiese ayudar en el jardín de infancia mientras estudiaba un curso de educación infantil. Ella nunca había querido salir de Byron Bay. Yo, en cambio, había so?ado con ir a la universidad, estudiar Bellas Artes y regresar con la cabeza llena de ideas que plasmar. Y cuando me imaginaba haciéndolo, lo veía a él mirando mis pinturas, analizándolas con esa manera que tenía de ladear suavemente la cabeza.

Qué lejos quedaba todo aquello…

—Podríamos quedar algún día para tomar un café. O un refresco, no sé, lo que te apetezca. Ya sabes, ni siquiera hace falta que hablemos mucho.

—De acuerdo —accedí rápido, porque no soportaba ver a Blair así, casi suplicándome pasar un rato conmigo, cuando tendría que estar huyendo en sentido contrario a mí y no molestarse en dirigirme la palabra ni una sola vez más.

Con las palmas de las manos sudorosas a pesar de que el viento era fresco, monté en la bicicleta y pedaleé lo más rápido que pude hacia la casa de Axel, como si con cada impulso intentase dejar atrás el desasosiego. Y lo hice, en algún momento durante el camino me quedé vacía, porque cuando llegué sentí un cosquilleo al verlo apoyado en la valla de madera con un cigarro entre los dedos. Enterré el cosquilleo. Lo enterré muy hondo. En mi mente, ara?é el suelo con la punta de los dedos, excavé en la tierra, metí en ese hoyo cualquier atisbo de emoción y volví a cubrirlo.

Con un nudo en la garganta, dejé la bicicleta a un lado y subí los escalones. Había estado tan concentrada en él que no reparé en que allí había algo más, algo nuevo que no estaba en la terraza cuando me había ido esa ma?ana. Temblé al verlo. Un caballete impoluto y de madera clara con un lienzo en blanco encima.

—?Qué es esto? —me falló la voz.

—Esto es para ti. ?Qué me dices?

—No —fue casi una súplica.

—?No? —Axel me miró sorprendido.

—No puedo… Es imposible…

Axel tragó saliva, como si no hubiese esperado mi reacción. Intenté escapar a mi habitación, pero antes de que lograse entrar en la casa él me cogió de la mu?eca y tiró de mí con firmeza. ?Mierda.? Sentí sus dedos rodeándome la piel…, su piel…

—He visto los dibujos que haces. Si puedes pintar sobre un papel, ?por qué no puedes hacerlo aquí? Es lo mismo, Leah. Necesito que lo hagas.

Necesito que empieces a avanzar.

Cerré los ojos. Lo odié por decirme aquello.

?Necesito…? ?él necesitaba? Me tragué la frustración, todavía temblando.

—He quedado con una amiga para tomar algo.

Axel me soltó de golpe. Sus ojos me taladraron en el silencio del mediodía y me empeque?ecí frente a él, sintiéndolo capaz de ver a través de mi chubasquero…

—Así que has quedado. ?Con quién? ?Cuándo?

—Con Blair. No hemos concretado un día.

—?Acaso no es un requisito para quedar?

—Sí, pero lo hablaremos más adelante.

—Claro. El a?o que viene. O el próximo —se burló.

—Vete a la mierda, Axel.





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AXEL

Oí un portazo cuando Leah desapareció, pero no me moví. Me quedé allí, delante del lienzo en blanco que había comprado esa misma ma?ana, con el corazón agitado. Y, joder, ?cuánto tiempo hacía que el corazón no me latía así, tan caótico, tan rápido? Mi vida solía ser como un mar sin olas: tranquila, serena, fácil. Solo había tenido que encajar un golpe de verdad y ese había sido la muerte de los Jones.

Recordaba aquel día como si acabase de ocurrir.

Unas horas antes, Oliver y yo habíamos salido y nos habíamos emborrachado con un grupo de turistas inglesas que nos invitaron a terminar con ellas la fiesta en el hotel. Cuando el teléfono sonó, los dos enfilábamos ya el camino de gravilla hacia la salida riéndonos de anécdotas de la noche anterior. El sol brillaba en lo alto de un cielo despejado y Oliver atendió la llamada todavía con una sonrisa.

Supe que era grave al ver su expresión, como si algo acabase de partirse en su interior. Oliver parpadeó y se sujetó al pilar que tenía delante cuando se le doblaron las rodillas. Murmuró: ?Un accidente?, y yo le quité el teléfono de las manos. Sentí la voz de mi padre como un golpe seco, duro: ?Los Jones han tenido un accidente?. Y solo pude pensar en ella.

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