Yerba Buena(8)



Una noche Spencer deslizó su cuerpo junto al de ella. Estaba acostumbrada a estar cerca de él, a alisarle el pelo cuando lloraba, a besarle la frente. Pero aquella noche había sido diferente. él acurrucó su rostro entre los omóplatos de ella. Sara podía notar cómo su vientre subía y bajaba contra su espalda. Sentía el latido sincronizado de sus corazones.

Me necesita. Me necesita. Me necesita.

Lo necesito. Lo necesito. Lo necesito.

él le había devuelto la vida.

Cuando volvió del aparcamiento de El Elefante Rosa, los amigos de su padre ya se habían ido. Fue a la habitación de Spencer y se metió en su cama.

—Hola —murmuró él.

—?Puedo dormir aquí? —preguntó Sara. El río. No se lo podía sacar de la cabeza.

él asintió y ella se dio la vuelta. Movió el cuerpo hasta que sintió el estómago de Spencer contra su espalda. Esperó su respiración. Esperó sus latidos. Esperó a que todavía poseyera el poder para curarla. Pero su miedo era salvaje y peligroso, y hacía que su cuerpo temblara. Spencer no lo notó. En cuanto él se durmió de nuevo, Sara volvió a su habitación.

La bata de hospital con el estampado de diamantes. El esmalte rosa. La babosa y las secuoyas. Cómo se sentía cuando la abrazaba y cómo se sentía después.

La esperanza, volviéndose hueca.

El pánico era tan poderoso que pensó que podría partirla en dos, no sabía cómo quedarse quieta. La habitación era demasiado grande para ella, estaba demasiado llena de aire. Necesitaba que la contuvieran. Sacó algunas cajas de su armario para hacerse espacio y metió las mantas. Cerró la puerta y gritó en la almohada. Se tumbó en la oscuridad. Colgando sobre ella, había camisas y vestidos que ya le quedaban chicos. Quería permanecer allí, se sentía más segura, pero escuchó un golpe en la puerta de su dormitorio.

Vio que la esperaba su padre. él observó la habitación, la cama vacía y las mantas que salían del armario.

—?Estabas durmiendo ahí? —preguntó.

Estaba muerta de miedo, tenía a su padre ante ella y quería contarle la verdad.

—Estoy asustada —le dijo. él le puso una mano sobre el hombro. Hacía mucho que no la tocaba. Sintió el estremecimiento de los recuerdos, algo encerrado desde hacía mucho tiempo, antes de Spencer, antes de la muerte, cuando era una ni?a peque?a que reía con sus padres a la orilla del río, bajo el sol brillante.

Eso había sido antes de que supiera que el río podía tragarse a una persona entera.

—Van a dragar el río por la ma?ana —le informó. Cuando volvió a levantar la vista hacia él, su padre tenía las mejillas húmedas y los ojos cerrados—. Papá, vamos a buscarla, ?vale? Vamos a conducir y a encontrarla.

Notó el calor de su mano. Sabía que podía ayudarla. Luego él le apretó el hombro y la soltó.

—Escucha —le dijo—. Las chicas de tu edad no desaparecen simplemente. Se ha ido y así acaba todo.

—Annie no.

él inspiró hondo y miró hacia el oscuro pasillo. Sara quería que la mirara a la cara. Sentía que podría desaparecer mientras él no estaba mirando. Quería decirle: ?Quédate conmigo. Ayúdame a superar esto?.

—Llevo mucho tiempo viviendo en este pueblo —empezó él—. Yo también he perdido a amigos. Tú debes seguir adelante, aprenderás a hacerlo.

La boca de Annie, besándola. La cabeza de Annie en el hueco de su cuello.

—Somos más que amigas —declaró, y él volvió a mirarla con sorpresa. Decidió intentarlo de nuevo—: Ayúdame a encontrarla.

Su padre se volvió y caminó hasta la parte delantera de la casa. Sara se dijo que estaría buscando las llaves. Tal vez preparando café para mantenerse despiertos por la carretera. Que se estaría poniendo los zapatos, y que volvería y diría ?vámonos?. Esperó imaginando cómo sería no estar sola.

Sara usó el ba?o y volvió a su habitación. él la estaría esperando, listo para salir. Pero no estaba allí. Tampoco se encontraba en la sala de estar.

Se había ido.

Fue a apagar la luz de la cocina y vio algo familiar sobre la mesa. Las nubes difuminadas de Spencer, las secuoyas de Sara. Y ahora también un río, con una chica (Annie) flotando boca abajo en el agua. Jadeó y dejó caer el dibujo. No quería mirarlo. Pero la imagen se quedó con ella de todos modos. El pelo rizado de Annie, su chaqueta vaquera, los cuidados trazos de su padre.

Volvió a su armario y se encerró en él.



Al día siguiente, Sara, Dave, Crystal, Jimmy y Lily se reunieron bien temprano en la terraza de Annie. El barco había partido desde Monte Río y avanzaba lentamente. Ninguno de ellos había dormido. No había nada que decir.

Lo habían visto otras veces. Al comienzo de la temporada llegaba un aluvión de turistas, la mayoría universitarios, con balsas, cámaras de aire y demasiado alcohol. Los turistas llenaban las calles, dejaban su basura en las playas y, cada dos a?os, se ahogaba alguno. Sara había visto levantar cuerpos del agua fangosa con ganchos, pero nunca el cuerpo de alguien que conociera.

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