Yerba Buena(4)


—Creí que los gemelos podían hacer eso —comentó Spencer.

—Ah. —Sara sujetó la peque?a mano de Spencer entre las suyas—. Creo que no funciona así.



Por la ma?ana, como de costumbre, Sara preparó huevos revueltos para Spencer; ella estaba demasiado mareada como para comer.

Bajó los platos de su madre, ahora con los bordes agrietados y los patrones florales desgastados. Después de un tiempo había conseguido dejar atrás el dolor, pero ahora que Annie había desaparecido sintió que la estaba aferrando de nuevo. Una terrible ingravidez, algo cavernoso bajo ella.

Spencer se deslizó hasta el rincón del desayuno. Cuando Sara le llevó el plato, vio que había una hoja en blanco y un lápiz sobre la mesa. Su juego de dibujar, ahora solo para dos.

—Empiezas tú —dijo Sara, y Spencer se puso a dibujar.

Sara se sentó frente a él. La luz pasaba a través de las cortinas de cuadros vichy, y la sartén se estaba enfriando en el fregadero amarillento. Había un dibujo familiar de a?os atrás colgado en la pared junto a la ventana.

Spencer estaba dibujando un cielo nublado, y difuminaba los trazos de lápiz con los dedos. Se lo pasó a Sara cuando terminó. Ella dibujó las copas de los árboles.

—Tenemos que irnos —anunció Sara—. ?Podemos completar el resto después?

—Vale —aceptó él y lo pegó en la nevera con un imán—. O quizás lo completa papá.

—Puede ser —concedió ella.

Juntos, en el porche, se pusieron los zapatos antes de salir en direcciones opuestas, cada uno hacia su colegio.

Sara puso poco peso en la mochila por si tenía que volver a salir. Al bajar del autobús enfrente del campus, esperaba ver a Annie ante ella, con su cabello casta?o rizado, su chaqueta vaquera y su pose de chica mala arruinada por la dulzura de su rostro. ?Me has asustado?, le reprocharía Sara, y Annie la agarraría por la cintura e intentarían parecer solo amigas. Sara se imaginó tirando de la presilla del cinturón de Annie y diciéndole: ?No vuelvas a desaparecer. Prométemelo?.

?Te lo prometo?, respondería Annie.

Pero vio a Dave y a Lily en la entrada, junto a Crystal y a Jimmy. Annie no estaba con ellos.

—?Qué deberíamos hacer? —preguntó Crystal.

—Marchaos —dijo Dave—. Dividíos y buscadla. Es una mierda que mis padres me hayan dejado aquí.

—Miraré en el pueblo —afirmó Crystal—. Pero estoy un poco asustada. ?No deberíamos ir en parejas?

Jimmy asintió.

—Iré contigo.

—Vosotros dos podéis buscar juntos —les dijo Sara a Dave y a Lily—. Yo me las apa?o bien sola.

—?Estás segura? —preguntó Lily. Sara asintió—. Tengo el coche, podemos ir a Monte Río —le dijo Lily a Dave. él estuvo de acuerdo.

Sara notó la ligereza de su mochila y sintió una esperanza feroz y abrumadora.

—Tengo que entrar a trabajar a las cuatro. Si alguien la encuentra, llamad al motel, ?vale? —Sus amigos asintieron—. Voy al bosque.



Subió sola en el bus por Armstrong Drive, pasó a toda prisa junto a la caba?a del guardabosques y siguió el sendero que recorrían juntas habitualmente. Confiaba en el bosque, en todas las tardes que habían pasado allí. Pero aun así… Se preparó para el momento en el que encontrara a Annie, herida o inconsciente, sangrando o rota. O algo peor. Hacía frío y había mucha niebla. Llamó a Annie, pero solo halló silencio. Subió más y más arriba y se salió del camino. Encontró ?su? arboleda. No había nadie. Fue hasta el camino principal y descubrió otros senderos.

Estaba segura de que la iba a encontrar. Buscó durante más de seis horas y, para calmarse, se imaginó que Annie aparecía ante ella: estaba apoyada contra la suave madera del tronco de un árbol, con las piernas cruzadas, y le sonreía. Se imaginó su beso, su voz cantarina preguntándole qué le pasaba. Allí estaría Annie, perfectamente sana, y entonces el mundo volvería a estar bien y no volvería a perder a otra persona amada.

Vio en el reloj que eran las tres. Tenía que marcharse del bosque para llegar al trabajo a tiempo. Se dijo a sí misma que seguramente le sonaría el móvil en cuanto llegara a la oficina del Motel Vista. Sería Dave y le diría que la había encontrado. Dejó atrás la penumbra del bosque y esperó el autobús al sol, para que la llevara a Monte Río.



El Motel Vista estaba en el pueblo de al lado, no era mejor ni peor que los otros. Su oficina principal tenía una sala de suministros en la parte trasera. Todas las habitaciones (veinte individuales y tres suites con peque?as cocinas) estaban en una misma planta. Los visitantes podían conducir hasta las puertas de las habitaciones. Y detrás de ellas había una parcela de césped privada para los huéspedes del motel, con acceso al río. Se sentaban en hamacas bajo sombrillas blancas y tomaban cualquier bebida que hubieran llevado consigo. Y cuando el clima era bastante cálido, bajaban las escaleras hasta la playa rocosa y nadaban.

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