Yerba Buena(11)



—Pero no tenemos dinero.

—Tengo un poco. Lo suficiente para una temporadita.

—?Dónde vamos a vivir?

—Ya veremos.

—?Y qué hay de papá?

—?Que qué hay de papá?

—Sara.

—Spencer. Aquí no hay nada para nosotros. Por favor. —Le temblaban las manos. Intentó relajarlas pero no pudo, así que las escondió detrás de la espalda—. Spencer, por favor, métete en el coche.

El ni?o miró el manillar de la bicicleta. Tocó el timbre suavemente con el pulgar, pero sonó tan flojo que apenas pudo oírlo. Lo hizo una y otra vez, una y otra vez, mientras pasaba un minuto tras otro.

?Qué estaba sucediendo? Todas las comidas que le había preparado. Todas las veces que lo había arropado, le había dado un beso en la frente y le había dicho que lo quería.

Pero él no le decía que sí. No se iba a ir con ella.

—Vale —susurró Sara finalmente. Un sollozo comenzó a subir desde su garganta, pero se volvió hacia el pavimento y lo obligó a que se alejara—. Te llamaré cuando llegue. En cuanto tenga un número de teléfono, te lo daré. Pídele a la madre de Henry que te permita cenar en su casa todas las noches, ?vale? Y si alguna vez necesitas algo, acude a ella.

Spencer asintió, pero Sara comprendió que él no le había entendido.

—Mantente lejos de Eugene —le advirtió—. ?Me oyes?

—?Por qué?

—Tú prométemelo.

—Vale.

—Prométemelo.

—Te lo prometo.

No obstante, Sara comprendía que él no sabía lo que estaba pasando, y ella prácticamente tampoco. Solo sabía que no podía quedarse. No quería que la viera llorar, pero ?sería capaz de evitarlo? Había estado segura de que se iría con ella, pero finalmente eso no ocurriría. Había estado segura de que nunca lo dejaría, pero lo estaba dejando atrás. Lo abrazó fuerte mientras se le agitaba el pecho, y se volvió a meter en el coche. Consiguió cerrar la puerta. Grant encendió el motor, se pusieron en marcha, y Spencer se quedó mirándola con el ce?o fruncido mientras lo adelantaban y continuaban su camino.

—Sería más complicado si tuvieras que hacerte cargo de un ni?o —comentó Grant—. Probablemente sea mejor así.

Sara miró por la ventanilla trasera. Su hermano estaba donde lo había dejado, observando el coche mientras se alejaba. Condujeron hacia River Road, y dejaron atrás las tiendas a las que había ido toda la vida. Pasaron delante de la licorería y de la iglesia del padre de Lily, y luego Grant dirigió el coche hacia el puente.

Sara se tapó los ojos con fuerza mientras cruzaban el río.

La carretera cambió, el camino se alisó.

—Allá vamos —dijo Grant—. Adiós, paraíso.



Era increíble lo poco que rendían trescientos dólares al final. Se habían gastado casi cien en el mecánico. Contuvieron la respiración mientras llenaban el depósito en la gasolinera de Forestville.

—Puedo conducir yo, si quieres —se ofreció Sara.

Pronto se haría de noche y el viaje duraría unos ochocientos kilómetros. Nunca había viajado tan lejos en toda su vida. Buscó las llaves de Grant. Por favor, que diga que sí. Necesitaba estar atada a algo. Quería tener la responsabilidad de mantenerse dentro del carril, de seguir las se?ales de la autovía y de girar cuando tuviera que hacerlo.

él pareció aliviado al entregarle las llaves y sentarse en el asiento del copiloto. Sara sintió que había compatibilidad entre ellos y se dijo a sí misma que era una buena se?al. Pero en cuanto se abrochó el cinturón de seguridad, se vio de nuevo en el dormitorio de Eugene, con los dientes de él sobre sus pezones y su áspero rostro contra sus costillas. Ella había intentado complacerlo con las manos mientras trataba de esquivar su mirada.

?Lárgate de aquí?, le había dicho en un momento, así que Sara se había metido en el ba?o, donde los sonidos que emitían Eugene y Grant llegaban amortiguados, y finalmente había salido a la terraza, donde no podía escucharlos en absoluto.

Pero más que eso (peor que eso) había sido la confusión de Spencer, el timbre de su bicicleta, cómo le había dolido tener que dejarlo atrás. ?Qué había hecho?

Se sintió mareada mientras encendía el motor.



Una vez que estuvo en la Interestatal 5, nada le resultó familiar. Se había ido de casa y sentía que también podría marcharse de su cuerpo, fuera lo que fuere lo que eso significara. Seguramente, cuando llegaran a Los ángeles se sentiría como una persona totalmente nueva. Grant no dijo una palabra durante muchos kilómetros. Se hizo de noche. El agotamiento se apoderó de ella y parpadeó rápidamente para mantenerse despierta. Necesitaba que condujera Grant. Creyó que el chico estaba durmiendo, pero escuchó algo, se dio la vuelta y lo vio en medio de la oscuridad. Se cubría el rostro con las manos y estaba temblando.

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