Yerba Buena(14)



Sara acabó su turno, le pagaron en la oficina y se encontró a Grant apoyado contra su coche; estaba leyendo un ejemplar de la revista People manchado de aceite. Ella le habló sobre Vivian.

—Lo tiene todo planeado, supongo que lo hace a menudo. Dice que a nadie le importa. No nos atraparán. Y si nos quedamos una semana, tendremos suficiente para empezar en Los ángeles.

—?Y tú quieres hacerlo? —preguntó Grant.

Ella lo fulminó con la mirada.

—?Me lo preguntas en serio?

—Solo digo que…

—Lo que quiero es salir de aquí —lo interrumpió Sara—. Quiero llegar a Los ángeles.

—No lo sé —confesó Grant—. Es decir, entiendo lo que dices, pero no lo comprendo del todo. Te han pagado, ?no?

—Quince dólares.

—?Has trabajado cuatro horas por quince dólares?

—?Cuánto has conseguido tú? ?O estabas demasiado ocupado leyendo?

—He preguntado en todos los establecimientos de la zona esta ma?ana. Gasolineras, restaurantes de comida rápida y el otro motel. Nadie busca empleados. Pero si ma?ana vuelves a limpiar y hoy no comemos, tendremos treinta dólares. Serán suficientes para llegar hasta allí.

—?Y entonces qué?

—Entonces estaremos en Los ángeles.

—Y seguiremos sin tener dinero. Mira, será solo una semana. Usaremos condones. Vivian lo gestionará todo por nosotros. —Ante ellos había una parada de camiones, filas y filas de vehículos y de conductores solitarios. Esta vez no pondría límites. Haría todo lo que le pidiera Vivian, y Grant también. Podían ser pragmáticos, no tenían por qué ser personas que lloran después en el coche o que se frotan hasta dejarse la piel en carne viva—. Lo haremos durante unos días y luego fingiremos que nunca ocurrió.

—Lo siento, puedes hacerlo tú si quieres. Yo no puedo.

Ella cerró los ojos.

—Treinta dólares no bastan —declaró—. Tenemos que comer. Necesitaremos al menos una noche en un motel en Los ángeles, aunque solo sea para ducharnos. Si no, ?quién querría contratarnos?

—Tiene que haber otra opción —insistió Grant.

Ella rebuscó en su mente mientras observaba las colas de camiones en el horizonte, bajo el amplio cielo.

—?Se te ocurre alguna? —inquirió. Grant no respondió—. Entonces yo lo haré por los dos —afirmó Sara.



Pasaron otra noche en el aparcamiento, amaneció y Sara salió del coche temblorosa, con un hambre que intentó ignorar y dos monedas de veinticinco centavos en el bolsillo. Se llevó el cambio hasta la cabina telefónica, se encerró y llamó a casa.

—Soy yo —dijo cuando respondió Spencer.

—Hola. —Sara esperaba oír algo diferente en su voz (tristeza, ira o alivio por escucharla) pero no notó ningún sentimiento—. ?Estás bien? —preguntó Spencer.

—Sí —contestó Sara—. ?Y tú?

—Sí. ?Has llegado?

—Todavía no. —No quería preocuparlo—. Casi. —Se quedaron en línea, respirando juntos. La calle estaba desierta. Un camión se detuvo. Ella observó al conductor, recordó lo que la esperaba y se volvió hacia la ladera en la que había una mujer sentada en una roca, recogiendo algo del suelo y guardándolo en una taza. Vio que era Vivian.

—Tengo que irme al cole —dijo Spencer.

—Vale. Te llamaré pronto.

La cabina telefónica quedó en silencio. Sara escuchó su propia respiración. Ahí estaba. Seguía siendo parte del mundo.

Se apoyó contra el panel de cristal de la cabina. Vivian, en la distancia, se llevó la taza a los labios y bebió. ?Cómo sería su día? ?Cuántos hombres encontraría Vivian para ella? ?Cuánto dinero ganaría? Lo suficiente, al menos, para atravesar las monta?as. Entonces podrían buscar un refugio en el que dormir un tiempo. Hallaría un trabajo como limpiadora. Empezaría una nueva vida.

Salió de la cabina y atravesó el aparcamiento hacia el borde de la colina, donde el asfalto se convertía en hierba.

—Buenos días, solecito —saludó Vivian desde arriba.

—Te he visto desde la cabina. ?Qué has echado en la taza?

—Acércate y te lo ense?aré.

Sara subió la pendiente con cuidado, comprobando la tierra bajo sus pies para asegurarse de que la sostendría. Podía notar las piedras y las ramas a través de las delgadas suelas de sus zapatos de lona. Se sentó junto a Vivian en una roca.

—Esto —explicó Vivian tomando un tallo con peque?as hojas verdes—. Yerba buena. Es curativa. Ponla en una taza con agua caliente. Sue, la del minimercado, te dará agua y un vaso gratis.

—?Qué cura?

?Borra la memoria?, se imaginó que diría Vivian. ?Te ayuda a desenamorarte. Te dice el futuro para que puedas soportar los días que quedan?.

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