Yerba Buena(10)



—Dime, ?qué pasa?

—Tengo que huir. Me marcho hoy y necesito dinero.

—?Adónde te marchas?

—No importa. Solo necesito dinero para llegar hasta allí. Lo que puedas darme. Conseguiré un trabajo y te lo devolveré.

él se apoyó contra la puerta cerrada y los observó.

?Qué pasó en ese momento? ?Fue ese silencio en particular? ?Fue por la luz? La alfombra despidió polvo cuando Sara cambió el peso a la otra pierna. Brilló y se dispersó. Vio cómo la mirada de Eugene se retiraba de su cuerpo y se posaba en Grant. Los bordes de la estancia se elevaron, el suelo se inclinó hacia el centro. Fue casi imperceptible, pero Sara lo notó.

Y entonces, sí, ahí estaba.

—Al dinero hay que ganárselo, Sara.

Eugene había vuelto a mirar el cuerpo de la joven y no se esforzaba por disimularlo. Sara estaba acostumbrada a que los hombres la observaran de ese modo, pero no lo había esperado de Eugene. Este fijó los ojos en ella y se desabrochó el cinturón. Se volvió hacia Grant y se lo fue quitando lentamente.

—?Qué mierda haces, Eugene?

—Oye —replicó él—. Has sido tú la que ha venido a buscarme. Tendría que llamar a tu padre. Tú decides qué hacer, voy a tumbarme un rato. —Dejó caer el cinturón sobre una silla y se dirigió hacia el pasillo—. Dejaré la puerta abierta por si acaso.

Entonces se quedaron solos en la sala de estar con los malditos suelos inclinados. Estaba oscuro y lleno de polvo, pero la luz que se colaba por las contraventanas dejaba ver un día resplandeciente. Sus ojos no podían descansar en ninguna parte.

Sara se volvió hacia Grant.

—Voy a hacerlo —afirmó—. Necesitamos el dinero.

Grant tragó saliva y asintió.

—Vale.

—??Vale? significa que tú también vas a hacerlo?

—Sí. —Sus ojos tenían un brillo asustado, pero traslucían algo más que miedo, algo que Sara no supo reconocer.

—No quiero que Eugene… no quiero ninguna parte de él dentro de mí —confesó Sara.

—Podemos establecer límites. Decirle lo que vamos a hacer.

—De acuerdo —aceptó ella.

Los dos miraron hacia el pasillo, a la puerta del dormitorio abierta. De algún modo, el suelo volvía a ser plano y la luz que entraba por las persianas era solo luz. Sara echó a andar y Grant la siguió. Eugene estaba sentado en la cama, todavía vestido, y a Sara la sorprendió ver que él no estaba seguro de que fueran a hacerlo. No quería parecer ingenuo.

—Vamos a enrollarnos, pero no puedes follarme.

—?Te reservas para alguien especial?

Podía notar a Grant temblando detrás de ella y su miedo la fortaleció.

—Lo tomas o lo dejas —sentenció.

—?Y tú? —le preguntó a Grant.

—Supongo… —empezó Grant—. Supongo que haré lo que sea.

—Acepto entonces —confirmó Eugene—. Tengo trescientos dólares en efectivo.

—Quiero verlos.

—Quedaos aquí.

Volvió con el dinero y Sara lo contó.

—?Todo bien entonces? —inquirió Eugene.

—Sí —afirmó ella—. Todo bien.



No podía pensar en ello, no se permitiría hacerlo. Ni en su padre la noche anterior ni en aquello tan horrible que él le había dejado. Ni en el gancho del río, ni en sus amigos después de ello, ni en lo que había sucedido en casa de Eugene.

Lo único que importaba era el dinero que tenía en el bolsillo y que el coche de Grant volvía a funcionar. él conducía bastante rápido como para interceptar a Spencer de camino entre la escuela y la casa de su amigo Henry, adonde iba todas las tardes. Podía verlos a lo lejos: dos chicos pedaleando por la calle.

—Para —le ordenó a Grant, y se asomó por la ventanilla para llamar a Spencer. él la escuchó y se bajó de la bici. Quería abrir la puerta y salir, pero se dio cuenta de que no podía. De repente le sudaban las palmas de las manos y tenía un nudo en la garganta. Vio que Spencer intentaba averiguar quién era Grant mientras caminaba desde su bici hasta la ventanilla y Henry seguía avanzando.

—Necesito hablar contigo —le dijo ella.

—Vale.

Como ella no se movió ni dijo nada más, Spencer le abrió la puerta y Sara salió.

—Tenemos que irnos.

—?Adónde?

—A Los ángeles.

él le sonrió y Sara notó una punzada de alivio hasta que su hermano agregó:

—Ja. Qué graciosa.

—No es broma —insistió ella. No quería pronunciar esas palabras, pero tenía que decírselo—. Han encontrado a Annie.

Intentó respirar. Vio que él lo había comprendido.

—No puedo volver a casa.

Spencer asintió.

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