Yerba Buena(3)



Colette había puesto los ojos en blanco. Hacía poco que había logrado terminar el instituto, casi por milagro. Su expediente académico del segundo semestre era tan desolador que la universidad a la que había planeado ir retiró su candidatura.

?Mis amigos me están esperando en la playa?, había dicho como excusa.

Pero a Emilie le había parecido emocionante. Pilas de madera y primos que rara vez se veían, aunque vivieran en pueblos vecinos.

?Vamos, hermanita?, había insistido Emilie. ?Será divertido?.

Colette se había apoyado en la casa. Para Emilie era casi de otro mundo, tres a?os mayor y cinco centímetros más alta que ella. Tenía el pelo más largo que Emilie y los shorts vaqueros más cortos. Había ladeado la cabeza y los había hecho esperar a todos. Luego, se había encogido de hombros y había dicho: ??Por qué no??.

Colette estuvo ayudando durante aproximadamente una hora antes de anunciar que tenía que marcharse. En cambio, Emilie se había pasado todo el día con ellos, escuchando sus historias, sonriendo ante sus chistes (incluso ante los que no entendía) y martilleando clavos donde le decían que lo hiciera. Le habían ense?ado a usar la lijadora eléctrica, se había puesto una máscara y gafas protectoras, y había trabajado en las barandillas hasta que habían quedado lisas.

Ahora estaba apoyada en la barandilla, observando un pedazo de jardín desnudo en el que había muerto un rosal y nunca había sido reemplazado. Tal vez pudiera trasplantar un ramillete de lavanda. O, a lo mejor, empezar su propio jardín de té. Vio movimiento a través de la puerta corrediza, debía de haber alguien en casa. Sus padres no tenían un horario de trabajo regular. Bas era contratista y Lauren, abogada de entretenimiento. Llegaban y se marchaban cuando querían y dejaban que sus hijas hicieran lo mismo.

Té. No lavanda, pensó Emilie. Le pediría ayuda a la se?ora Santos para empezar. Y entonces oyó golpes desde el interior, botas que bajaban las escaleras velozmente y el grito de Bas pidiendo ayuda: —?Llama a emergencias! ?Es tu hermana!

Tomó el teléfono y marcó. Siguió a su padre escaleras arriba mientras sonaba y el operador le preguntaba cuál era la emergencia, pero Bas estaba bloqueando la puerta del ba?o.

—No mires, cari?o. Diles que envíen una ambulancia ya mismo. Diles que es una sobredosis y que vengan de inmediato. No mires, Em, espéralos en la puerta.

Así que Emilie volvió a bajar. Llegó la ambulancia, en silencio, sin sirenas, y aparcó enfrente. Dos paramédicos entraron a toda prisa y ella les se?aló las escaleras. Lauren también estaba en casa y Emilie no pudo hacer nada mientras los paramédicos sacaban a su hermana y la metían en la parte trasera de la ambulancia, inconsciente pero viva. Bas subió tras ellos.

Lauren agarró las llaves del coche.

—Voy a seguirlos al hospital —le dijo a Emilie.

—Voy contigo.

—No, no, quédate. —Lauren tomó el rostro de Emilie entre las manos—. Hija mía, mi buena ni?a. Quédate aquí mientras no estamos.

Emilie miró por la ventana y vio que la ambulancia se alejaba, seguida por su madre. Mientras, el resto del mundo ignoraba que aquello estaba sucediendo. Unos minutos más tarde se encendieron las luces al otro lado de la calle, en casa de los Santos. Podría haber cruzado, habérselo contado todo y haber cenado con ellos. Pero no lo hizo. Se quedó sola en casa mientras avanzaba la noche. Miró sus deberes, se olvidó de comer. El ramillete de plantas del jardín de la escuela se marchitó en la encimera. Se metió en la cama y se quedó tan quieta como pudo.

Se quedaría allí hasta que todo terminara.





PARAíSO

Dos a?os después, a Sara la despertó el ruido de la puerta de su habitación al abrirse.

—El teléfono no deja de sonar —dijo Spencer desde el umbral de la puerta; tenía el pelo enmara?ado a un lado y los ojos cansados—. Es el hermano de Annie.

Sara alcanzó el teléfono y se lo pegó a la oreja.

—?Dave?

—?Annie está contigo?

—No. —Vio que era la una y media de la madrugada y se le aceleró el corazón. Spencer se sentó a su lado y presionó su mejilla contra la de Sara para escuchar.

—?Seguro que no está contigo? —insistió Dave.

—Pues claro que estoy segura —replicó Sara.

—?Cuándo la has visto por última vez?

—Cuando hemos salido de clase. Cuando os he dicho adiós a los dos. Entonces me he ido a trabajar y luego he vuelto a casa.

—Mis padres necesitan el teléfono, tengo que colgar. Te llamaré si descubrimos algo.

Sara asintió, incapaz de hablar; se quedó con el teléfono entre las manos hasta que Spencer se lo quitó y lo dejó junto a la cama.

—Un momento —reflexionó Spencer—, ?Dave no debería ser capaz de descubrirlo si cerrara los ojos y se concentrara?

—?De qué hablas? —preguntó Sara.

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