Yerba Buena(2)



Esperó que fuera suficiente y sintió que Annie la abrazaba con más fuerza.

El sol ya se estaba acercando al horizonte y tenían que volver, Annie con su hermano gemelo y sus padres, y Sara con su hermano peque?o, para asegurarse de que comiera. Ahora debía estar montado en su bicicleta saliendo de casa de su amigo, de camino a la suya. Puede que su padre esté allí esta noche. Puede que no. De cualquier modo, Sara tenía que tomar el bus de regreso al pueblo antes de que el sol se pusiera sobre las destartaladas caba?as, las rústicas casas de vacaciones y el ancho y fangoso río. Sobre el bar Appaloosa, la peluquería Deseos y Secretos y la iglesia con el campanario blanco del padre de Lily.

Solo unos minutos más aquí, pensó.

Otro beso.

Otro pájaro volando sobre ellas.

Otra brisa refrescándoles la piel.

Qué fácil era olvidarse del resto cuando se sentían peque?as y a salvo en el bosque.



Al otro extremo de California, Emilie apisonaba la tierra del jardín de su escuela católica alrededor de una nueva planta verde. Las hojas le resultaban familiares. Miró a su alrededor y sí, había más desbordando el muro de contención.

—?Es la misma planta, verdad? —preguntó.

La se?ora Santos asintió.

—Si ves un lugar vacío en el jardín, mira lo que ya está creciendo allí. Es muy probable que puedes sacar un poco de lo que hay.

La escuela se había vaciado unas horas antes. Ahora estaban solo ellos tres (Emilie, Pablo y la madre de Pablo) ocupándose de la peque?a parcela que separaba la escuela de la calle. La se?ora Santos se había ofrecido voluntariamente para dejarla bonita y útil al mismo tiempo. Había sembrado algunas flores y, sobre todo, plantas aromáticas.

—?Cómo se llama? —preguntó Emilie. Había estado aprendiéndose los nombres de las plantas, pero, de algún modo, se le había pasado por alto esta que crecía en la sombra.

—Yerba buena.

—Qué curioso —comentó Emilie—. Es el nombre del restaurante preferido de mis padres. ?Te acuerdas, Pablo? Es ese sitio al que fuimos en Sunset Beach.

—?Ese tan sofisticado?

—Exacto.

Pablo dejó caer en un cubo las malas hierbas que había quitado y se acercó a ella frente a la planta. Arrancó un tallo y lo sujetó ante el rostro de Emilie.

—Aquí tienes una ramita de menta. Dame todo tu dinero.

Los dos rieron. También la se?ora Santos.

—Entonces, ?es un tipo de menta? —preguntó Emilie frotando una hoja entre los dedos.

—Sí, es buena para el té —explicó la se?ora Santos—. La mayoría de estas plantas lo son. Un jardín de té es algo fácil de mantener. Tisanas, técnicamente. Plantas peque?as. Sencillas. Recogeré unas pocas para ti. Mira a ver qué te gusta.

Verbena. Menta verde. Manzanilla. Salvia. Yerba buena.

—Es un ramillete —dijo Emilie cuando la se?ora Santos se lo entregó.

—úsalas frescas. Pruébalas esta noche cuando estés haciendo los deberes.

Recogieron sus cosas y empezaron a andar hacia sus respectivas casas, que estaban una frente a otra, a seis manzanas de la escuela.

—?Cómo está Colette? —preguntó la se?ora Santos.

—Bien. Me está ense?ando a tocar la guitarra. Tócame los dedos.

—Has estado practicando —comentó la se?ora Santos notando los callos.

—Toca —le dijo Emilie a Pablo mientras esperaban en un paso de cebra.

—Guau.

La luz cambió y cruzaron. Emilie pensó en Colette poniéndole los dedos en la posición correcta y diciéndole cuándo cambiar los acordes. Las dos aprendiendo canciones sobre la cama de Colette. Aunque, durante las últimas dos semanas, a menudo Emilie había estado practicando sola en su habitación mientras su hermana se quedaba en la suya. Recordó una escena que había sucedido un par de noches antes: Colette gritándole y cerrando la puerta de golpe.

Casi habían llegado.

—Ya me dirás qué piensas del té —iba diciendo la se?ora Santos—. Solo tienes que calentar un poco de agua y echar unas hojas. Y, si quieres, también un poco de miel.

Emilie se despidió con la mano mientras subía los escalones de su casa.

—Nos vemos ma?ana.

—Pásate después y dame las respuestas de álgebra —exclamó Pablo, y la se?ora Santos lo rega?ó. Emilie vio que la puerta principal no estaba cerrada con llave y entró.

No había nadie alrededor, así que cortó un poco de queso para picar junto con una manzana y se llevó el plato a la terraza. Unos meses antes su padre, Bas, y sus dos primos habían desarmado la vieja terraza y habían invitado a Emilie y a Colette a que los ayudaran a construir una nueva.

?Es tradición familiar?, había explicado Bas. ?Nosotros también ayudamos a nuestros padres a construir casas, terrazas y todo tipo de cosas?.

—Y cuando estábamos en Nueva Orleans, nuestros padres ayudaron a los suyos —había agregado Rudy, el mayor de los primos y el único que había nacido antes de que las familias se mudaran a Los ángeles.

Nina Lacour's Books