El mapa de los anhelos(14)



Sé que he dado en el blanco cuando me taladra con la mirada.

—Eso no es asunto tuyo. Te recuerdo que te estoy haciendo un favor y solo lo hago porque tu hermana me cae… —se muerde la lengua—, me caía bien.

Tiene razón, pero todo este asunto del juego, los secretos y la presencia constante de Lucy a mi alrededor cuando ya creía haberme despedido de ella hacen que esté más alterada de lo normal y me siento… un poco confusa, como si tuviese un montón de abejorros en la cabeza y no dejasen de zumbar día y noche, noche y día.

Decido aflojar y dar marcha atrás.

—?Os conocisteis en el hospital porque tenías algún familiar enfermo que estaba en la misma planta que ella? —Engullo otro trozo de tarta.

Entonces, para mi sorpresa, veo a Will sonreír por primera vez. Es un gesto casi imperceptible, la comisura derecha de su boca se alza despacio y luego recupera el rictus habitual, como si nunca hubiese ocurrido. Pero ha pasado. Y ha sido electrizante.

—No.

—?Hubo algo entre vosotros…?

—No. Y déjalo estar ya. El cómo no es tan importante, quizá deberías empezar a plantearte el porqué —gru?e; luego, se acerca a la barra para pagar y da la conversación por finalizada.

No hablamos durante el camino de regreso hasta que frena delante de mi casa. Y justo ahí, subido en la moto y fumándose un cigarrillo, me espera Tayler. Alza la vista hacia nosotros y frunce el ce?o antes de dar una última calada.

—Entonces, ?cuándo volveremos a vernos?

—Te mandaré un mensaje —dice Will.

—De acuerdo. Supongo que… gracias.

Se muestra igual de inexpresivo que de costumbre mientras salgo del vehículo y cierro la puerta. Unos metros más allá, Tayler baja de la moto, se acerca con paso decidido y me rodea la cintura antes de darme un beso. Su olor, el de la colonia que todos los chicos del instituto usaban cuando se puso de moda hace unos a?os, me reconforta. Es el efecto anestésico de aquello que resulta familiar.

Cuando me separo de Tayler, el coche de Will ya se aleja calle abajo.

—?Quién era ese?

—Un amigo —digo.

Tayler asiente y pregunta:

—?Vamos a mi casa?

Acepto el casco que me ofrece para montar tras él en la moto. Me planteo entrar en casa y avisar a mis padres de que llegaré tarde, pero luego pienso: ?es realmente necesario? Mamá estará delante del televisor y papá se habrá quedado en la oficina haciendo a saber qué y con quién. Ni siquiera se percatarán de que llevo la misma ropa cuando regrese por la ma?ana y, probablemente, darán por hecho que he dormido en casa del abuelo.

La vida es mucho más sencilla cuando eres invisible.



Dos de la madrugada.

Todo está a oscuras, pero consigo encontrar mi camiseta a los pies de la cama. Tropiezo con un mueble y me muerdo la lengua para no gritar. La luz de la farola de la calle se cuela en la habitación y distingo el cuerpo de Tayler tendido boca arriba. Envidio su cerebro: lo imagino lleno de pliegues huecos y sinuosos. Me gustaría ser capaz de dejar la mente en blanco para dormir tan profundamente como él.

Salgo a la calle. No tengo la bicicleta porque llegué en moto, así que camino a solas en mitad de la madrugada. Mis pasos resuenan entre el silencio tan solo interrumpido por algún coche esporádico o los ladridos de los perros del vecindario que piensan que soy una intrusa.

Quizá sea cierto.

?Y si soy una intrusa de mi propia vida?





6


No hay brújula que valga


El sábado por la noche es la despedida del abuelo. Mamá se une al plan y vamos a cenar a su casa temprano. En apenas unas horas, a la ma?ana siguiente, cogerá un avión que lo llevará directo a Florida y, por primera vez en su vida, no tendrá responsabilidades. Solo deberá preocuparse por su felicidad. Me pregunto cuánto tiempo lleva deseándolo. Quizá sea cierto eso de que todos tenemos secretos.

—?Estás nervioso, abuelo?

—Solo espero acostumbrarme al clima.

—El buen tiempo nunca es un problema.

—?Llevas la medicación para el corazón? —interviene mi madre mientras saca los cubiertos del cajón—. También ropa de abrigo; por mucho calor que haga por allí, seguro que refresca al anochecer. Y no olvides llamar en cuanto llegues…

—Rosie, tranquilízate.

Nos acomodamos alrededor de la mesa de la cocina, que es más peque?a que la del salón y perfecta para nosotros tres. Para este adiós, aunque sea un viaje temporal, el abuelo ha preparado lo más típico de Nebraska, así que comemos sándwiches Reuben con salsa rusa y pepinillos en vinagre mientras bebemos gaseosa.

—?Dónde está papá? —pregunto.

—No lo sé —murmura mi madre.

Después, el abuelo empieza a hablar sobre algo de actualidad que ha salido en las noticias y yo me distraigo cuando me suena el teléfono móvil.

Will: Te recojo ma?ana a las diez.

Grace: ?Al decir a las diez te refieres a las diez y veinte? ?Y no podrías haberme avisado antes? Apenas faltan unas horas.

Alice Kellen's Books