Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(10)



Propuestas que Leah siempre se encargaba de rechazar. En mi caso no se trató de algo cuestionable.

—No me apetece, pero gracias.

—No me las des. Mueve el culo.

Me miró alarmada. Vi su pecho subiendo y bajando al ritmo de su respiración acelerada, como si no hubiese esperado un ataque así, repentino, después de tantos días de calma. Yo tampoco lo había planeado, y le había prometido a mi mejor amigo que no haría algo semejante, pero me fiaba de mi instinto. Y había sido instintiva la necesidad de sacarla de esa habitación, las ganas de arrastrarla y alejarla de ese lugar. Leah se sentó recta, tensa.

—No quiero ir, Axel.

—Te espero fuera.

Me tumbé en la hamaca que tenía colgada de dos vigas de la terraza, esa en la que leía por las noches o cerraba los ojos mientras escuchaba música. Esperé. Diez minutos. Quince. Veinte. Veinticinco. Apareció al cabo de media hora, con la nariz arrugada de disgusto, el pelo recogido en una coleta y cara de no entender la situación.

—?Por qué quieres que vaya?

—?Por qué quieres quedarte?

—No lo sé —contestó en voz baja.

—Yo tampoco. En marcha.

Leah me siguió en silencio y atravesamos la corta distancia hasta la playa. La arena blanca nos recibió caliente bajo el sol del mediodía y ella se quitó el vestido quedándose en bikini. No supe por qué, pero aparté la mirada con brusquedad y la fijé en la tabla antes de tendérsela.

—Es muy corta —se quejó.

—Como tiene que ser. Más agilidad.

—Menos velocidad —replicó.

Le sonreí, no por la respuesta, sino porque por primera vez en aquellas tres interminables semanas estábamos manteniendo algún tipo de conversación. Me dirigí hacia el agua y ella me acompa?ó sin rechistar.

A pesar de que la ciudad era la meca de muchos surfistas, las olas no solían ser grandes; sin embargo, aquel día se daba un fenómeno conocido como ?la famosa ola de Byron Bay?. Sucedía cuando se juntaban tres points al subir la marea, creando una larga ola que avanzaba hacia la derecha, comenzando en la punta del cabo y entrando en la bahía con tubos regulares y sincronizados.

Yo jamás perdía una ocasión como esa.

Nos dirigimos hacia una zona más profunda. Una vez allí, permanecimos en silencio, sentados sobre nuestras tablas de surf, esperando el momento perfecto, esperando… Leah reaccionó y me siguió cuando le hice una se?al y me moví, oliendo el nacimiento de una ola buena, la energía creciente en el agua en calma.

—Ya viene —le susurré.

Luego nadé mar adentro, apurando el tiempo, y me puse de pie en la tabla antes de deslizarme sobre la ola y bordearla, imprimiendo velocidad para hacer una maniobra. Sabía que Leah me seguía. Podía sentirla a mi espalda, abriéndose paso por la pared de la ola.

Feliz, la miré por encima del hombro.

Y un segundo después, ella ya no estaba.





10



LEAH

El agua me golpeó y cerré los ojos.

Después no hubo color y volví a sentirme a salvo de esos recuerdos que a veces intentaban entrar, de la vida que ya no tenía, de las cosas que había deseado y que ya habían dejado de importarme. Porque no era justo que todo siguiese igual, adelante, como si nada hubiese cambiado, cuando todo lo había hecho. Me sentía tan lejos de mi anterior vida, de mí misma, que a veces tenía la sensación de que también había muerto ese día.

Abrí los ojos de golpe.

El agua se arremolinaba a mi alrededor. Me estaba hundiendo. Pero no había dolor. No había nada. Solo el sabor salado del mar en la boca. Solo calma.

Y entonces lo sentí. Sus manos sujetándome contra su cuerpo, su fuerza, su impulso arrastrándonos hacia arriba. Luego el sol nos golpeó tras romper la superficie del agua. Noté una arcada. Tosí. Axel me rozó la mejilla con los dedos, y sus ojos, de un azul tan oscuro que casi parecían negros, revolotearon sobre mi rostro.

—Joder, Leah, cari?o, joder, ?estás bien?

Lo miré agitada. Sintiendo…, sintiendo algo…

No, no estaba bien. No si volvía a sentirlo a él.





11



AXEL

Pánico. Perderla de vista así, había sido pánico. Aún tenía el corazón en la garganta cuando volvimos a casa, y no podía dejar de pensar en ella hundiéndose, en el mar enfurecido a su alrededor, en lo frágil que parecía.

Quería preguntarle por qué no había intentado salir, pero me daba miedo romper el silencio. O, quizá, lo que de verdad temía era su respuesta.

Me quedé en la cocina mientras ella se daba una ducha, mirando por la ventana, dándole vueltas a la idea de coger el teléfono y llamar a Oliver.

Cuando Leah salió y me miró avergonzada e inquieta, tuve que contenerme para no aflojar las riendas.

—?Cómo te encuentras?

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