Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(5)



—No puedo creer que vaya a irme.

Le di un codazo y él se rio sin humor.

—Solo será un a?o y vendrás todos los meses.

—Y Leah…, joder, Leah…

—Yo cuidaré de ella —repetí, porque llevaba diciéndole esa misma frase casi todos los días desde la ma?ana que le abrí la puerta y trazamos el plan—. Es lo que hemos hecho siempre, ?no? Salir a flote, seguir adelante, esa es la clave.

él se frotó la cara y suspiró.

—Ojalá aún fuese igual de sencillo.

—Lo sigue siendo. Eh, vamos a divertirnos. —Me levanté tras dar el último trago—. Voy a por dos copas más, ?te pido lo mismo?

Oliver asintió y yo me alejé de la mesa haciendo un par de paradas para saludar a algunos conocidos; casi todos teníamos relación en una ciudad tan peque?a, aunque fuese superficial. Apoyé un codo en la barra y sonreí cuando Madison hizo un mohín tras servirles dos copas a los clientes que estaban al lado.

—?Vienes a por más? ?Estás intentando emborracharte?

—No lo sé. Depende. ?Te aprovecharás de mí si lo hago?

Madison reprimió una sonrisa mientras cogía la botella.

—?Tú querrías que lo hiciera?

—Sabes que, contigo, siempre.

Me tendió las copas mirándome fijamente.

—?Te espero o tienes planes?

—Estaré por aquí cuando termines.

Oliver y yo pasamos el resto de la noche entre copas y recuerdos.

Como esa vez que llamamos a su padre porque estábamos bebidos en la playa, y en vez de recogernos y llevarnos a casa, decidió pintarnos en su cuadernillo, tirados en la arena de mala manera, para después fotocopiar el dibujo y pegarlo por las paredes de mi casa y de los Jones como recordatorio de lo idiotas que habíamos sido; Douglas Jones tenía un humor muy especial. O esa otra vez que terminamos metidos en un buen lío en Brisbane un día que pillamos maría, fumamos hasta que yo perdí la cabeza y, entre risas, lancé al mar las llaves del apartamento que teníamos alquilado. Oliver fue a buscarlas y se metió vestido en el agua, colocado, mientras yo me reía a carcajadas desde la orilla.

Por aquella época nos habíamos prometido que siempre viviríamos así, como en el lugar que nos había visto crecer, que era tan sencillo, relajado, anclado en la esencia del surf y la contracultura.

Miré a Oliver y reprimí un suspiro antes de acabarme el trago.

—Voy a irme, no quiero dejarla sola más tiempo —me dijo.

—De acuerdo. —Me reí cuando vi que se tambaleaba al levantarse, y él me ense?ó el dedo corazón y dejó un par de billetes encima de la mesa—.

Hablamos ma?ana.

—Hablamos —respondió.

Estuve un rato más por allí con un grupo de amigos. Gavin nos habló de su nueva novia, una turista que había llegado dos meses atrás y, al final, se quedaría por tiempo indefinido. Jake nos describió tres o cuatro veces el dise?o de su nueva tabla de surf. Tom se limitó a beber y a escuchar a los demás. Yo dejé de pensar mientras el local se vaciaba al caer la madrugada.

Cuando el último se marchó, rodeé la caseta, abrí la puerta de atrás y me colé dentro.

—Recuérdame por qué tengo tanta paciencia.

Madison me sonrió, cerró la persiana y avanzó hacia mí con una sonrisa sensual curvando sus labios. Sus dedos se colaron por el dobladillo de mis vaqueros y tiraron de mí hasta que nuestros labios chocaron entreabiertos.

—Porque te compenso bien… —ronroneó.

—Refréscame un poco la memoria.

Le quité el peque?o top. No llevaba sujetador. Madison se frotó contra mí antes de desabrocharme el botón del pantalón y arrodillarse con lentitud.

Cuando su boca me acogió, cerré los ojos, con las manos apoyadas en la pared de enfrente. Hundí los dedos en su pelo, instándola a moverse más rápido, más profundo. Estaba a punto de correrme cuando di un paso hacia atrás. Me puse un preservativo. Y luego me hundí en ella contra la pared, embistiéndola con fuerza, agitándome cada vez que la oía gemir mi nombre, sintiendo aquel momento; el placer, el sexo, la necesidad. Solo eso. Tan perfecto.





FEBRERO



(VERANO)





LEAH

Mantuve la mirada en mis manos entrelazadas mientras el vehículo avanzaba por el camino sin asfaltar y el sol del atardecer te?ía el cielo de naranja. No quería verlo, no quería el color, nada que arrastrase recuerdos y sue?os que había dejado atrás.

—No se lo pongas difícil a Axel, nos está haciendo un gran favor, eres consciente de eso, ?verdad, Leah? Y come. Intenta estar bien, ?vale? Dime que lo estás haciendo.

—Lo estoy intentando —respondí.

Siguió hablando hasta que frenó delante de una propiedad rodeada por palmeras y arbustos salvajes que crecían a su antojo. Apenas había estado un par de veces en casa de Axel y todo me pareció diferente. Yo era diferente. Durante el último a?o, había sido él quien se dejaba caer por nuestro apartamento de vez en cuando para pasar un rato. Cerré los ojos cuando un pensamiento me azotó de repente, ese que me gritaba que, si esto hubiese ocurrido antes, el mero hecho de compartir el mismo techo que él me habría provocado un cosquilleo en el estómago y un nudo en la garganta. Y en ese momento, en cambio, no sentía nada. Eso era lo que había ocurrido tras el accidente: el rastro que había dejado en mí, un vacío inmenso y desolador sobre el que era imposible construir algo, porque no existía ningún suelo donde poder hacerlo. Sencillamente, ya no ?sentía?.

Alice Kellen's Books