Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(4)



Habíamos sido inseparables.

Y ahora todo estaba roto.

Mi madre se enjugó las lágrimas.

—?Cómo se le ocurre dejarte a cargo de Leah? Nosotros podríamos haber buscado alternativas, como hacer una reforma rápida en el salón y dividirlo en dos habitaciones, o comprar un sofá cama. Sé que no es lo más cómodo y que necesita tener su espacio, pero, por lo que más quieras, tú no puedes cuidar ni de una mascota.

Alcé una ceja un poco indignado.

—De hecho, tengo una mascota.

Mi madre me miró sorprendida.

—Ah, sí, ?y cómo se llama?

—No tiene nombre. Aún.

En realidad, no era ?mi mascota?, yo no era muy dado a tener seres vivos ?en propiedad?, pero, de vez en cuando, una gata tricolor delgaducha y con cara de odiar a todo el mundo aparecía en mi terraza trasera pidiendo comida y yo le daba las sobras del día. Algunas semanas se pasaba tres o cuatro veces, y otras ni siquiera se molestaba en acercarse.

—Esto va a ser un desastre.

—Mamá, tengo casi treinta a?os, joder, puedo cuidar de ella. Es lo más razonable. Vosotros estáis todo el día en la cafetería, y cuando no es así, tenéis que quedaros a cargo de los gemelos. Y no va a dormir durante un a?o en el salón.

—?Qué comeréis? —insistió.

—Comida, co?o.

—Esa boca, hijo.

Me di la vuelta y salí de la cocina. Volví al coche, cogí el paquete de tabaco arrugado que guardaba en la guantera y me alejé un par de calles.

Sentado en el bordillo de una acera baja, me encendí un cigarro con la mirada fija en las ramas de los árboles que agitaba el viento. Aquel no era el barrio en el que habíamos crecido, ese en el que nuestras familias se entrelazaron hasta convertirse en una sola. Las dos propiedades se habían puesto a la venta; mis padres se habían mudado a una casa peque?a de una sola habitación en el centro de Byron Bay, quedaba muy cerca de la cafetería que habían abierto más de veinte a?os atrás, cuando nos asentamos aquí. Tampoco tenían ninguna otra razón por la que seguir viviendo a las afueras cuando Justin y yo nos habíamos ido, habían perdido a sus vecinos, y Oliver y Leah se habían trasladado a la casa que él había alquilado al independizarse poco después de que los dos volviésemos de la universidad.

—Pensaba que ya no fumabas.

Entrecerré los ojos por el sol cuando levanté la cabeza hacia Oliver.

Expulsé el humo del cigarrillo mientras él se sentaba a mi lado.

—Y sigo sin hacerlo. Un par de cigarrillos al día no es fumar. No como el resto de la gente que sí lo hace, al menos.

él sonrió, me quitó uno del paquete de tabaco y se lo encendió.

—Te he metido en un buen lío, ?no?

Supongo que estar de repente a cargo de una chica de diecinueve a?os que no se parecía en nada a la ni?a que había sido, sí, podía considerarse ?un lío?. Pero entonces recordé todo lo que Oliver había hecho por mí.

Desde ense?arme a montar en bicicleta hasta dejar que le partiesen la nariz cuando se metió en una pelea por mi culpa mientras estudiábamos en Brisbane. Suspiré y apagué el cigarrillo en el suelo.

—Nos las arreglaremos bien —dije.

—Leah puede ir al instituto en bici, y el resto del tiempo lo suele pasar encerrada en su habitación. No consigo sacarla de allí, ya sabes…, que todo vuelva a ser igual. Y tiene algunas normas, pero ya te lo explicaré más adelante. Yo vendré todos los meses y…

—Tranquilo, no suena tan complicado.

No lo sería para mí, no en el mismo sentido en que lo había sido para él. Tan solo tendría que acostumbrarme a convivir con alguien, algo que no ocurría desde hacía a?os, y mantener el control. Mi control. El resto lo solucionaríamos sobre la marcha. Después del accidente, Oliver se había visto obligado a renunciar a ese estilo de vida despreocupado en el que habíamos crecido para hacerse cargo de la tutela de su hermana y empezar a trabajar en algo que no le gustaba, pero que le daba un buen sueldo y una estabilidad.

Mi amigo tomó aire y me miró.

—Cuidarás de ella, ?verdad?

—Joder, claro que sí —aseguré.

—Vale, porque Leah…, ella es lo único que me queda.

Asentí y sobró una mirada para entendernos: para que él se quedase tranquilo y supiese que iba a hacer todo lo que estaba en mi mano para que Leah estuviese bien, y para que yo fuese consciente de que probablemente era la persona en la que Oliver más confiaba.





AXEL

Sonriendo, Oliver alzó su copa en alto.

—?Por los buenos amigos! —gritó.

Brindé con él y le di un trago al cóctel que acababan de servirnos. Era el último sábado antes de que Oliver se marchase a Sídney y lo había convencido a base de insistir para que saliésemos un rato por ahí. Habíamos acabado donde siempre, en Cavvanbah, un local al aire libre, casi a las afueras y cerca de la orilla de la playa. El nombre del sitio era el de la población aborigen de la zona y significa ?lugar de encuentro?, lo que en esencia resumía el espíritu y la identidad de Byron Bay. La caseta en la que servían las bebidas y las pocas mesas que había estaban pintadas de un azul isle?o muy en sintonía con el tejado de paja, las palmeras y los columpios colgados del techo que servían de asientos alrededor de la barra.

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