Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(19)






Que conste que intenté alejarme.

El problema era que el hilo negro del destino (no rojo, porque ese es el del amor) nos tenía atados a mí y a los Cash, y mientras más intentaba alejarme de ellos más alargaba algo que pronto sucedería: un choque catastrófico.

Pero me esforcé, gente, me esforcé. Hablé de ellos y evité sitios en donde sabía que estarían. A eso se había referido Artie, ?no? De igual forma, los días siguientes transcurrieron sospechosamente tranquilos. Así descubrí que Tagus no estaba nada mal. Artie, Kiana y Dash me llevaron a algunos lugares del campus que no conocía y no le prestamos atención a los susurros o a las miradas curiosas. En ciertos momentos, ellos trataron de preguntarme sobre mi familia o de dónde venía, pero les dejé claro que prefería no hablar de eso. A ti te hablaré de eso después, cuando llegue El Momento.

En cambio, yo sí recabé información útil, porque para eso era buena.

Te lo contaré al estilo ?sabías qué?

?Sabías que el padre de los Cash, Adrien, donaba mucho dinero a Tagus, al igual que otras tres familias importantes del estado: los Denver, los Watson y los Santors?

?Sabías que había todo un pasillo de trofeos en uno de los edificios y que, en su mayoría, pertenecían a algún Cash vivo o muerto?

Así que todo fue bien para mí.

Hasta que llegó el viernes.

Era el tiempo libre antes de mi última clase y estaba sentada en una de las mesas del comedor frente a Artie. Ella hablaba sobre que quería formar parte del equipo de planificación de la feria por el aniversario de los fundadores, que sería en unos meses, y yo solo escuchaba ?Bla, bla, bla discurso bla, bla, bla noria bla, bla, bla puntos extras...? mientras comía mis patatas fritas. En cuanto vi por encima de su hombro lo que se avecinaba, me quedé con una patata a medio camino de la boca.

Aegan.

Avanzaba por el comedor en donde Artie me había dejado claro que él nunca ponía un pie, y lo peor fue que no fui capaz de negarme a mí misma que el muy idiota tenía estilo. Llevaba una chaqueta marrón con una camisa blanca debajo, unos tejanos y unas botas trenzadas. Un carísimo reloj adornaba su mu?eca derecha y su pelo azabache lucía impecablemente despeinado.

?De dónde rayos había sacado ese outift? ?De Pinterest?

Lo peor era que le quedaba bien. ?Por qué la maldad tenía que estar en el mismo pack que el atractivo? Qué injusto.

Llegó a la mesa más rápido de lo que habría deseado, y solo cuando tomó asiento junto a Artie con el aire que tendría un rey seguro de que cada centímetro de terreno que pisaba era suyo, ella notó su presencia.

—Ay, Dios, Aegan... —Se sobresaltó un poco y las gafas se le resbalaron hasta la puntita de la nariz.

él la saludó apenas con un gesto de los dedos. Luego me observó con una mirada divertida, de guasón.

—Hace a?os que no entraba aquí —comentó sin tomarse la molestia de decir ?hola?—. ?Siguen sirviendo ese puré de patatas que parece cemento?

Entorné los ojos, tan desconfiada como un soldado al que acababan de obligar a sentarse frente al enemigo. ?Por qué nos hablaba como si hubiésemos estado teniendo una conversación larga y amigable y hubiese muchísima confianza entre nosotros?

Tampoco saludé.

—?Qué quieres? —solté sin más.

Aegan extendió las manos, fingiendo incredulidad.

—?De esta comida? —replicó, y arrugó la nariz—. Nada, nunca me gustó.

—?Qué haces en nuestra mesa, Aegan? —volví a preguntar, más específica.

él pesta?eó.

—?Por qué lo preguntas así? —inquirió, fingiendo estar desconcertado—. Según sé, cualquier persona es libre de sentarse aquí.

?Cualquier persona...? Mis ovarios.

—Pues en nuestro caso nos reservamos el derecho de admisión —dije, y también modifiqué mi voz para sonar falsamente amable.

—No puedes —aseguró moviendo negativamente la cabeza—. Además, tú te sentaste en mi mesa, yo me siento en tu mesa; no veo que haya ninguna diferencia.

—La diferencia es que tú pediste un voluntario aquella noche —le expliqué a su peque?o cerebrito—. Nosotras no hemos pedido que nadie se nos acerque.

Aegan pesta?eó con falso asombro y luego se inclinó un poco hacia Artie.

—Vaya, ?siempre es así de hostil? —le preguntó en un tono más bajo, sin dejar de observarme.

Artie no dijo nada. Estaba incómoda y atónita por la situación.

Yo aparté la bandeja para hacerle saber que había arruinado mi comida y que la seguiría arruinando con su presencia. Le dediqué una dura mirada de advertencia.

—Bueno, al tema —suspiró él, compadeciéndose de mi impaciencia—. Pasaré a recogerte esta noche a las siete.

Un momentito.

—?Eh? —dije, con cara de estar escuchando algo rarísimo.

Alex Mirez's Books