Espejismos(3)



—Me refiero a si has tomado algo que no sea esa bebida roja.

Se?ala con la cabeza la botella que hay sobre mi escritorio, el líquido rojo opalescente de extra?o sabor amargo que ya apenas me repugna como antes. Lo cual es positivo, ya que, según Damen, tendré que beberlo durante el resto de la eternidad. No es que no pueda tomar comida de verdad, es solo que ya no me apetece. Mi brebaje inmortal me proporciona todos los nutrientes que necesito. Y no importa si bebo mucho o poco, siempre me siento saciada.

Sin embargo, sé lo que mi tía está pensando. Y no solo porque puedo leer todos sus pensamientos, sino porque yo solía pensar lo mismo de Damen. Me molestaba muchísimo ver cómo apartaba la comida y ?fingía? comer. Hasta que descubrí su secreto, claro está.

—Yo… bueno, he picado algo antes —digo al fin, intentando no apretar los labios, apartar la mirada ni encogerme: mis habituales signos delatores—. Con Miles y con Haven —a?ado con la esperanza de que eso explique la falta de platos sucios, aunque sé que proporcionar muchos detalles dispara la alerta: ??Mentiroso a la vista!?. Además, Sabine es una de las mejores abogadas de su prestigioso bufete, con lo cual se le da increíblemente bien detectar a un farsante. No obstante, reserva ese particular don suyo para su vida profesional, mientras que en su vida privada, prefiere creer a pies juntillas.

Salvo hoy. Hoy no está dispuesta a tragarse nada de lo que le digo. En lugar de eso, me mira y dice:

—Estoy preocupada por ti.

Me giro para mirarla a la cara con la esperanza de parecer sincera, dispuesta a escuchar sus preocupaciones, a pesar de que me ha dejado atónita.

—Estoy bien —le digo, y sonrío para que se lo crea—. De verdad. Estoy sacando buenas notas, me llevo bien con mis amigos, y Damen y yo estamos… —Me quedo callada al darme cuenta de que jamás le he hablado sobre mi relación, jamás la he definido con exactitud, reservándome la información para mí. Y lo cierto es que ahora que he empezado la frase no sé muy bien cómo terminarla.

Bueno, decir que somos novios sonaría demasiado frívolo e inadecuado si se tiene en cuenta nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro, porque es evidente que la historia que hemos compartido nos convierte en mucho más que eso. Con todo, tampoco pienso proclamar en voz alta que somos almas gemelas y compa?eros eternos: sonaría demasiado cursi. Y para ser sincera, prefiero no calificar la relación que nos une. Ya me confunde bastante tal como está. Además, ?qué podría decirle a mi tía? ?Que nos hemos querido durante siglos pero que todavía no hemos conseguido dar el siguiente paso?

—Bueno, a Damen y a mí… nos va muy bien —digo por fin. Trago saliva al darme cuenta de que he dicho ?bien? y no ?genial?, lo que debe de ser la primera verdad que ha salido de mi boca en todo el día.

—Así que ha estado aquí. —Deja el maletín de piel marrón en el suelo y me mira. Ambas somos muy conscientes de con cuánta facilidad he caído en su trampa de abogada.

Asiento mientras me reprendo mentalmente por insistir en que nos quedáramos en mi casa en lugar de ir a la suya, como había propuesto Damen en un principio.

—Me ha parecido ver pasar su coche a toda velocidad. —Su mirada se posa en la cama desordenada, en el caótico montón de almohadones y en el edredón arrugado. Cuando vuelve a mirarme no puedo evitar encogerme, sobre todo porque sé lo que viene a continuación—. Ever —dice con un suspiro—, siento mucho no estar aquí todo lo que debería y que no podamos pasar más tiempo juntas. Y, aunque todavía estamos buscando la manera de llegar la una a la otra, quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que necesites. Si alguna vez quieres hablar con alguien, aquí estoy yo para escucharte.

Aprieto los labios y asiento. Sé que aún no ha terminado, pero espero que quedándome callada y mostrándome complaciente sirva para que termine cuanto antes.

—Porque, aunque lo más probable es que creas que soy demasiado vieja para entender por lo que estás pasando, te aseguro que recuerdo muy bien lo que se siente a tu edad. Lo abrumadora que puede resultar la presión de los medios, que te instan a compararte con actrices, modelos y otros personajes de la televisión.

Trago saliva con fuerza y aparto la mirada, obligándome a no reaccionar, a no gritar para defenderme: prefiero que ella crea eso a que empiece a sospechar la verdad.

Desde que me expulsaron del instituto, Sabine ha estado observándome con más atención que nunca, y desde que empezó a llenar sus estanterías con libros de autoayuda de todo tipo (desde Cómo educar a un adolescente cuerdo en los tiempos locos que corren hasta Tu adolescente y los medios de comunicación: lo que tú puedes hacer al respecto), las cosas están muchísimo peor. Estudia y subraya los comportamientos adolescentes más inquietantes y luego me observa en busca de algún posible síntoma.

—Lo único que sé es que eres una chica guapa, mucho más guapa de lo que yo lo era a tu edad, y matarte de hambre para competir Con esas famosas esqueléticas que se pasan media vida entrando y saliendo de clínicas de rehabilitación no solo es un objetivo absurdo e inalcanzable, sino que acabará por hacerte enfermar. —Me mira con seriedad, desesperada por llegar hasta mí, por lograr que sus paladas calen en mí—. Quiero que sepas que eres perfecta tal y como estas, y que me apena verte pasar por esto. Y si es por Damen…, bueno, entonces lo único que debo decirte es que…

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