Espejismos(11)



—En serio, antes en el comedor he estado a punto de felicitarte ver que Damen y tú habíais aflojado un poco con todo ese rollo romanticón, pero ahora veo que lo has sustituido por algo mucho peor. De verdad, Ever, o le quitas el tapón y la utilizas, o me la devuelves ya.

En lugar de devolvérsela, la aprieto con los dedos tratando de interpretar su energía. Pero no es más que una estúpida crema para los granos. De las que funcionan de verdad.

—?Hemos terminado ya? —me pregunta con el ce?o fruncido.

Me encojo de hombros y se la entrego. Decir que estoy avergonzada sería quedarse corta. Pero cuando Miles se guarda la pomada en el bolsillo y se dirige a la puerta, no puedo evitar decirle:

—Así que te has dado cuenta, ?eh? —Las palabras me arden en la garganta.

—?Darme cuenta de qué? —Se detiene, visiblemente molesto.

—De… bueno… de la ausencia de todo ese rollo romanticón…

Miles se gira y pone los ojos en blanco de manera exagerada antes de mirarme a los ojos.

—Sí, me he dado cuenta. Creía que os habíais tomado en serio mi amenaza.

Me limito a mirarlo, sin entender nada.

—Esta ma?ana… cuando dije que Haven y yo permaneceríamos en huelga hasta que vosotros acabarais con todo ese… —Sacude la cabeza—. Da igual. ?Puedo irme a clase ya. por favor.

—Lo siento —digo mientras afirmo—. Lamento todo este…

Sin embargo, Miles se marcha antes de que termine la frase dando un fuerte portazo.





Capítulo seis


Me siento aliviada al ver que Damen está allí cuando entro en la clase de arte de sexta hora. Teniendo en cuenta que el se?or Robins nos ha mantenido muy ocupados en clase de lengua y apenas hemos hablado durante el almuerzo, estoy impaciente por pasar un rato a solas con él. O al menos tan sola como se puede estar en un aula con otros treinta estudiantes.

Sin embargo, después de ponerme el blusón y sacar mis cosas del armario, se me encoge el corazón al ver que, una vez más, Roman ha ocupado mi lugar.

—Vaya, hola, Ever. —Me saluda con un gesto de cabeza mientras coloca su lienzo nuevo en ?mi? caballete. Yo me quedo allí de pie, con los brazos cargados con mis cosas y mirando a Damen, que está tan inmerso en su cuadro que ni se da cuenta de mi presencia.

Estoy a punto de decirle a Roman que se largue de mi sitio cuando recuerdo las palabras de Haven sobre que odio a la gente nueva. Y, por miedo a que tenga razón, esbozo una sonrisa y coloco el lienzo en el caballete que hay al otro lado de Damen mientras me prometo a mí misma que ma?ana llegaré mucho antes para poder reclamar mi lugar.

—Decidme una cosa: ?qué estamos haciendo aquí, colegas? —pregunta Roman, que sujeta un pincel entre los dientes y nos mira a Damen y a mí.

Esa es otra. Por lo general, el acento británico me resulta encantador, pero en este chico… rechina, lo cual se debe probablemente a que es falso. Quiero decir que resulta obvio que lo finge, porque solo se le nota cuando quiere hacerse el guay.

No obstante, en cuanto esa idea me viene a la cabeza, me siento culpable. Todo el mundo sabe que esforzarse demasiado por parecer guay es otro signo de inseguridad. ?Y quién no se sentiría un poco inseguro durante su primer día en este instituto?

—Estudiamos los ?ismos? —respondo, decidida a mostrarme agradable a pesar de la comezón que siento en el estómago—. El mes pasado pudimos elegir el que quisimos, pero este mes todos estamos haciendo fotorrealismo, ya que nadie lo eligió la última vez.

Roman me recorre con la mirada: desde el flequillo demasiado largo hasta las sandalias de dedo doradas (un minucioso examen que atraviesa mi cuerpo y me provoca una sensación rara en el estómago… pero no de las buenas).

—Vale. Así que hay que conseguir que parezca real, como una fotografía —dice con los ojos clavados en los míos.

Me enfrento a su mirada, una mirada que él insiste en mantener durante unos segundos demasiado largos. Pero me niego a dejarme intimidar o a ser la primera en apartar la vista. Estoy decidida a seguir con el jueguecito mientras dure. Y, aunque puede que parezca inofensivo, hay algo siniestro y amenazador en él, como una especie de desafío.

O puede que no.

Porque, justo después de que esta idea cruce mi mente, Roman dice:

—?Los institutos norteamericanos son alucinantes! En mi país, en el viejo y lluvioso Londres… —gui?a un ojo—, la teoría siempre prima sobre la práctica.

Al instante me siento avergonzada por haber pensado mal. Porque, según parece, no solo es londinense, lo que significa que su acento es real, sino que Damen, cuyos poderes psíquicos están mucho más desarrollados que los míos, no parece alarmado en absoluto.

Todo lo contrario, el chico parece caerle bien. Y eso me sienta incluso peor, porque demuestra que Haven tiene razón.

En realidad, me siento celosa.

Y posesiva.

Y paranoica.

Y, por lo visto, es cierto que odio a la gente nueva.

Respiro hondo y hago un nuevo intento: paso por alto el nudo de mi garganta y el de mi estómago con la intención de mostrarme amigable, aun cuando eso signifique tener que fingirlo al principio.

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