Espejismos(10)



—Eso también es ridículo. Todo esto es una ridiculez. —Intento que parezca que hablo en serio.

—?De veras? Bueno, ?qué pasa con Drina, entonces? ?Cómo explicas eso? —Me sonríe con desdén—. La odiaste desde la primera vez que la viste, y no te atrevas a negármelo. Y después, cuando descubriste que conocía a Damen, la odiaste más todavía.

Me encojo al escuchar a mi amiga. Y no porque lo que dice sea cierto, sino porque escuchar el nombre de la ex mujer de Damen siempre hace que me encoja por dentro. No puedo evitarlo, es instintivo. Pero no tengo ni idea de cómo explicárselo a Haven. Lo único que ella sabe es que Drina fingía ser su amiga, que la dejó tirada en una fiesta y que luego desapareció para siempre. No recuerda que Drina intentó matarla con un bálsamo envenenado que le entregó para sanar el espeluznante tatuaje que se ha quitado hace poco de la mu?eca, no recuerda que…

??Ay, Dios mío! ?El bálsamo! ?Roman le ha dado a Miles una pomada para el grano! Sabía que ese tío tenía algo raro. ?Sabía que no eran imaginaciones mías!?

—Oye, Haven, ?qué clase tiene Miles ahora? —le pregunto mientras barro el campus con la mirada, incapaz de encontrarlo y demasiado nerviosa como para utilizar la visión remota, que aún no domino.

—Creo que lengua, ?por qué? —Me mira de manera extra?a.

—Por nada, es que… Tengo que irme pitando.

—Vale. Como quieras. Pero, para que lo sepas, ?sigo creyendo que odias a la gente nueva! —me grita.

Pero para entonces yo ya me he ido.

Recorro el edificio concentrada en la energía de Miles para intentar percibir en qué clase se encuentra. Y cuando de pronto doblo una esquina y veo una puerta a mi derecha, entro en el aula sin pensármelo dos veces.

—?Puedo ayudarte en algo? —pregunta el profesor, que se aparta de la pizarra con un trozo de tiza blanca en la mano.

Me quedo en pie delante de la clase y doy un respingo cuando algunos de los esbirros de Stacia se burlan de mí mientras trato de recuperar el aliento.

—?Miles! —jadeo al tiempo que lo se?alo con el dedo—. Necesito hablar con Miles. No tardaré más que un segundo —le prometo al profesor mientras se cruza de brazos y me mira con suspicacia—. Se trata de algo importante —a?ado mirando a Miles, que ha cerrado los ojos y sacude la cabeza.

—Supongo que tendrás autorización para estar en el pasillo, ?no? —pregunta el profesor, un maniático de las reglas.

Y, aunque sé que podría enfadarse y acabar resultando en mi contra, no tengo tiempo para liarme con todos los trámites burocráticos del instituto destinados a mantenernos a todos a salvo… y que en realidad, en ese instante, ?me impiden hacerme cargo de un asunto de vida o muerte!

O que al menos podría llegar a serlo.

Aunque no estoy segura, me gustaría tener la oportunidad de averiguarlo.

Me siento tan frustrada que niego con la cabeza y digo:

—Escuche, usted y yo sabemos que no tengo autorización, pero si me hiciera el favor de permitirme hablar con Miles un segundo, le prometo que lo tendrá de vuelta ahora mismo.

El hombre me mira mientras su mente baraja todas las posibilidades de acabar con esa situación: echarme sin contemplaciones, acompa?arme a clase, acompa?arme al despacho del director Buckley… Pero al final, echa un vistazo rápido a Miles, suspira y me dice:

—Está bien, pero que sea rápido.

En el mismo instante en que los dos llegamos al pasillo y la puerta se cierra tras nosotros, miro a Miles y le digo:

—Dame esa pomada.

—?Qué? —Parece atónito.

—La pomada que te ha dado Roman. Dámela. Necesito verla —le digo al tiempo que extiendo la mano y muevo los dedos.

—?Estás loca o qué? —susurra mientras mira a su alrededor, aunque solo estamos la alfombra, las paredes grises, él y yo.

—Ni te imaginas lo importante que es —le digo mirándolo a los ojos; no quiero asustarlo, pero lo haré si es necesario—. Vamos, no tenemos todo el día.

—Está en mi mochila. —Se encoge de hombros.

—En ese caso, ve a buscarla.

—Venga, Ever, en serio… ?Qué narices…?

Me limito a cruzarme de brazos y a hacer un gesto con la cabeza.

—Vamos. Te espero.

Miles sacude la cabeza y desaparece en el interior del aula. Sale un momento después con expresión malhumorada y un peque?o tubo blanco en la palma de la mano.

—Aquí tienes. ?Ya estás contenta? —Me espeta al tiempo que me arroja la pomada.

Giro el tubo entre el pulgar y el índice para examinarlo. Es una marca que me resulta familiar, de un establecimiento que frecuento. No entiendo cómo es posible.

—Por si lo habías olvidado, el estreno de mi obra es ma?ana, y te aseguro que ahora no necesito dosis extra de drama y estrés, así que si no te importa… —Extiende la mano, a la espera de que le devuelva la pomada para poder regresar a clase.

Pero no estoy dispuesta a entregársela todavía. Busco algo pareado al agujero de una aguja, una marca de punción, algo que demuestre que ha sido manipulada, que no es lo que parece ser…

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