Ciudades de humo (Fuego #1)(13)



Aun así, ninguna de las dos miró atrás.





3


    El camino

de la libertad


La carretera que las alejaba de su zona no cambió en absoluto por mucho que avanzaron. Era un sendero asfaltado rodeado de bosque. Los árboles enmarcaban el camino a la perfección y salpicaban con sombras extra?as la vía que tenían delante, especialmente cuando empezó a amanecer lentamente. Era extra?o. Era todo muy grande. Muy vacío. Muy imperfecto.

Desde que habían salido de su hogar hacía dos horas, ninguna de las dos había dicho absolutamente nada. Alice tenía en la cabeza la imagen de su padre sacudiéndose justo antes de desplomarse en el suelo y esa maldita escena no dejaba de repetirse. Apretó las manos en el volante, pero no lloró. Nunca había llorado y, además, en ese momento de lo que tenía ganas era de matar al padre Tristan.

Era extra?o, jamás había sentido algo así. Algo tan violento. Estaba prohibido en su zona. No podía permitirse siquiera considerarlo. Sin embargo, en ese momento, desearle la muerte a alguien no le pareció extra?o. Mas bien, le parecía algo increíblemente real. Quería que sufriera una muerte lenta. Y dolorosa.

42 estaba apoyada con la cabeza en el respaldo de su asiento, lloriqueando sin hacer apenas ruido. A Alice le produjo una oleada de irritación y no supo por qué. En realidad, casi todo lo que había ocurrido la irritaba. ?Por qué había pasado todo lo que había pasado? ?Por qué a ellos? Y ?por qué lo sabía su padre? ?Y el padre Tristan? Eran demasiadas preguntas y le dolía la cabeza de tan solo imaginar sus posibles respuestas.

En realidad, no quería seguir por aquella carretera. No quería hacer nada. Desde el momento en que el cuerpo de su padre había tocado tierra lo único que había deseado era tumbarse en el suelo y echarse a llorar.

Pero no tenía fuerzas ni para eso. Se sentía vacía. Nunca se había sentido tan vacía.

—?Estás cansada? —preguntó 42 al cabo de un rato.

Alice negó con la cabeza, aunque sí lo estaba.

—Podemos parar un poco.

—Si nos detenemos ahora —replicó Alice con voz monótona—, nos encontrarán.

—O no, no sabes si nos están buscando, con todo ese montón de cadáveres no creo que se den cuenta de nuestra desaparición.

—?Es que no has oído al de la habitación? Saben que faltan dos.

—Entonces... quizá deberíamos escondernos.

Alice siguió, poco convencida. No había amanecido del todo. Ignoraba qué hora sería, pero quizá alrededor de las cinco o las seis de la ma?ana. Podían descansar un poco, hasta que saliera el sol, y averiguar cuál era el este. Su padre le había dicho que se dirigiera hacia allá.

42 pareció aliviada cuando Alice giró el volante y se metió lentamente en la zona boscosa. Recorrió un trecho, hasta que el coche quedó oculto. Sin decir una palabra, apagó el motor y ambas echaron los asientos hacia atrás para tumbarse.

Durante casi una hora, estuvieron inmersas en un profundo silencio, sin que ninguna pudiera dormir. Alice no era capaz de cerrar los ojos, tenía la sensación de que si lo hacía reviviría todo y no podía soportarlo. 42, por otro lado, seguía con ganas de llorar. Quizá por eso fue la primera que se animó a decir algo.

—?Puedo preguntarte una cosa?

Alice asintió en la oscuridad.

—?Tú tienes...? —se cortó y volvió a empezar—. Quiero decir..., no es que me haya pasado, pero..., ejem, ?alguna vez has tenido el mismo sue?o varias noches?

Alice frunció el ce?o y la miró, aunque incluso con su vista mejorada lo único que alcanzaba a ver era su silueta.

?A qué venía eso ahora, en aquellas circunstancias?

—?A qué te refieres?

—Yo tengo uno —siguió ella—. Sue?o que estoy jugando en una especie de rueda que gira y gira y yo voy sentada en ella. Entonces, intento bajarme y me caigo, justo antes de que una mujer venga a buscarme.

Alice siguió en silencio. No estaba segura de si sería buena idea confiar en 42.

—El padre Tristan siempre se interesaba por ese sue?o —a?adió la chica—. En realidad, quería saber si alguna vez había continuado. ?A ti nunca te preguntó?

Alice se removió un poco en el asiento. ?Realmente importaba si se lo revelaba o no? Su padre estaba muerto. Todos estaban muertos. Ya no había secretos que guardar.

—En realidad, sí —confesó finalmente—. Pero nunca le conté demasiado.

—?Y de qué trata tu sue?o?

—Yo solo veo mucha luz. Creo que estoy en una sala blanca, y una mujer se asoma y me mira y sonríe. No sé cómo explicarlo, pero me transmite paz. Es como si, no sé, como si quisiera cuidarme y yo lo supiera.

Ese era el sue?o que tenía cada noche. No lo entendía. No sabía ni quién era esa persona, ni por qué so?aba con ella.

—?La conoces? —preguntó 42.

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