Cuando no queden más estrellas que contar(9)



Vi a Matías esperándome al final del pasillo y corrí hacia él. Las lágrimas me quemaban en los ojos. Al verme, su gesto se transformó. Su mirada voló por encima de mi cabeza, intentando comprender qué ocurría y por qué mi novio me perseguía gritando mi nombre.

—Maya, espera —me suplicó Antoine. Me giré y le lancé una mirada furiosa—. Deja que te lo explique. No es lo que parece.

—Te estabas tirando a Sofía, eso es lo que parecía.

—Ni siquiera sé cómo ha pasado, estábamos ensayando y luego... ?Dios, lo siento!

Lo miré de arriba abajo y lo que vi me provocó asco. Estaba completamente desnudo y su miembro aún se alzaba con cierto orgullo.

—Eres un cerdo —le espeté y me dirigí a la salida.

—Maya, espera, por favor. Lo siento, no ha sido premeditado, te lo juro.

—Me importa una mierda cómo haya ocurrido, no quiero volver a verte.

—Creo que ha sido por la coreografía, ya sabes cómo es el pas de deux de Carmen. Tantas horas de ensayo juntos, la interpretación... Creo que me he dejado llevar por el personaje.

Frené en seco, con la mano apoyada en la puerta medio abierta. Lo miré por encima del hombro. ?De verdad iba a intentar colarme esa excusa?

La rabia y la vergüenza me calentaron la cara.

—Que te den, Antoine. Gracias por hacer que este día de mierda sea aún peor.

Salí a la calle y me tapé los oídos para dejar de escuchar mi nombre en su boca.

A cada paso que daba, el dolor era más intenso y no sabía qué hacer con él. Se me clavaba muy dentro y escocía.

No miré atrás ni una sola vez. No quería volver a ver a ese imbécil en toda mi vida.

Matías me dio alcance y me obligó a detenerme. Me sostuvo por los hombros, mientras me observaba con sus ojos oscuros, y no dijo nada. No hacía falta, conocía cada expresión de su cara y lo que significaba.

—Tú lo sabías.

—Tenía la sospecha.

—?Y por qué no me has dicho nada? —lo acusé con rabia.

—Porque no estaba seguro, Maya. No podía arriesgarme a joder lo vuestro por una duda. Lo siento.

—?Y desde cuándo lo sospechabas?

—Un par de meses, más o menos.

—?Un par de meses, de verdad?

—Empecé a notarlo raro días después de que Natalia le pidiera a Sofía que te sustituyera como su pareja. Ella le tiraba los tejos y él se dejaba querer, ya sabes cómo es. Pero no se me pasó por la cabeza que Antoine hiciera nada. ?Joder, te adora! Luego vi ciertas cosas y...

—Vale, déjalo, prefiero no saberlo.

Escondí la cara en su pecho y mis lágrimas le mojaron la camiseta. Noté su mano en mi nuca y un peque?o beso en el pelo. Con la otra mano me frotó la espalda de arriba abajo.

—Es un capullo —dijo en voz baja. Asentí y se me escapó un sollozo—. No te merece.

—No.

—?Qué quieres hacer?

—Atocha no queda lejos, podría ponerme delante del siguiente AVE que salga. Con ese morrito en punta es imposible que falle —gimoteé. Noté que él se agitaba con una risa silenciosa—. No tiene gracia.

—Sí que la tiene.

—Quiero ir a casa —susurré, esta vez en serio.

—Pues vamos.

Guardamos silencio durante todo el camino. él me sostenía, como siempre hacía, y yo me dejaba arropar por su cari?o real y desinteresado. Lo quería con locura y es que su mera presencia tenía un efecto inmediato en mí. Me tranquilizaba.

Mi teléfono no paraba de sonar. Su timbre era una tortura, porque sabía de quién se trataba. Me detuve un momento y bloqueé sus llamadas y mensajes. Después borré su número.

—?Estás segura de eso? —me preguntó Matías con cautela.

—Me ha puesto los cuernos. A saber desde cuándo y con cuántas chicas. No pienso hablar con él.

Cuando llegamos al portal de mi edificio, me costó un mundo deshacerme de su abrazo.

—?Estarás bien? —me preguntó.

—Sí, no te preocupes.

—Puedo quedarme, si quieres.

—Ya sabes cómo es mi abuela.

—Y a mí se me da de maravilla ignorarla.

—Por eso no te aguanta.

—Como si me importara.

Bajé la mirada a mis pies. En el fondo no quería despedirme de él, porque sabía que, una vez se fuera, se llevaría consigo el salvavidas que me mantenía a flote y entonces me hundiría sin remedio en un océano de autocompasión.

—Sabes que tú y yo seríamos la pareja perfecta, ?verdad? —le dije en voz baja.

—Ya lo somos, tonta.

—Deberíamos hacer una de esas promesas desesperadas, que tan bien quedan en las películas. Si dentro de diez a?os tú no has encontrado al hombre de tu vida y yo sigo saliendo con capullos, nos casaremos y envejeceremos juntos.

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