Ciudades de humo (Fuego #1)(5)



Se apartó de la puerta, pegándose a la pared con el corazón en un pu?o.

?Así eran los castigos?

—?Qué se dice cuando alguien te da un regalo, 47?

—G-gracias, padre Tristan.

—Eres un buen prototipo, 47. Esta noche la pasarás en el hospital y ma?ana volverás con tus compa...

Alice se apartó bruscamente cuando escuchó al guardia acercándose. Se detuvo de nuevo en el punto exacto en el que la madre la había dejado y cerró los ojos para recuperar la compostura. No podía dejar que la vieran alterada. Sabrían que había estado escuchando. Y no quería perder su mano. Solo pensarlo hacía que se le acelerara el pulso.

El guardia salió del despacho acompa?ando a 47. Alice levantó la mirada para encontrarse con la suya, aunque no pareció verla del todo. Estaba pálido, tembloroso y tenía mechones de pelo casta?os pegados a la frente por el sudor frío. Parecía tan perdido...

—43 —la voz del padre Tristan la tensó de pies a cabeza—, ?qué haces ahí?

él también había salido del despacho tras ellos, aunque se detuvo al ver a Alice.

—El padre John ha solicitado verme —replicó ella con el tono de voz más neutral que fue capaz de encontrar—. Una madre me ha indicado que espere aquí.

La sonrisa del padre Tristan pareció un poco más desconfiada esa vez.

—Y ?cuánto hace que esperas ahí?

Ella tragó saliva. No podía dudar. Levantó la cabeza y lo miró con falsa confusión.

—Padre Tristan, los androides no disponemos de recursos para saber la hora exacta.

Por un momento, pensó que se había pasado de lista. Pero él se limitó a negar con la cabeza.

—Eres muy locuaz —replicó, y casi parecía divertido. Macabramente divertido.

?Qué significaba locuaz?

—Pero no verás al padre John —a?adió suavemente—. Ven conmigo.

Ella abrió mucho los ojos. Desobedecer a un padre era impensable, pero el padre John quería verla. ?A cuál de los dos tenía que obedecer?

—Pero...

—No te preocupes por tu creador. Yo hablaré con él. Ahora, ven conmigo.

No le quedó más remedio que hacerlo, incluso con las pocas ganas que tenía.

Se sentó en el lugar que había ocupado 47 unos segundos antes. La silla seguía caliente. Eso hizo que se sintiera peor. Alice se retorció los dedos de nuevo hasta que le dolieron y tragó saliva, fingiendo tranquilidad.

—?Te importa que te haga algunas preguntas de calibración, 43?

Lo dijo como si le interesara su opinión, aunque realmente no era así.

—Por supuesto que no, padre Tristan.

—Bien. Preséntate.

Siempre, antes de una entrevista con un padre, tenían que decir todos sus datos.

—Número de serie: 43. Modelo: 4300067XG. Creación finalizada por el padre John Yadir el 17 de noviembre de 2045, a las 03:01 de la ma?ana. Recuerdos artificiales implantados por vía modular. Zona: androides. Función: androide de información. Especialidad: historia clásica humana.

—?Puedes explicarme cuál es tu función exacta como androide de información?

—Claro, padre —replicó con voz automática—. Como androide de información, dispongo de una capacidad cerebral superior a la media para almacenarla. Mi especialidad es la historia clásica de la humanidad, aunque poseo algunos datos de los a?os anteriores a la guerra. Además de eso, puedo hablar veinticinco idiomas distintos y tengo la capacidad de aprender uno nuevo en un tiempo relativamente rápido.

—?Qué me dirías si tuvieras que presentarte formalmente?

—Mi nombre de serie es 43. Es un placer conocerlo. Estoy a su disposición para guiarlo en cualquier problema o duda que tenga sobre nuestra zona. ?Necesita ayuda en algún aspecto?

—Perfecto. —él sacó un peque?o cuaderno digital y con uno de los lápices negros empezó a dibujar en la pantalla cosas que a Alice le resultaron imposibles de entender—. El otro día me hablaste de un sue?o, ?has vuelto a tenerlo?

En realidad, no se lo había dicho. él siempre parecía saber cosas que no debería.

—Alguna noche, sí —mintió ella, olvidándose de los modales por un momento. Se apresuró a rectificar—..., padre.

—Y ?puedes explicarme de qué trata el sue?o?

—No lo recuerdo muy bien —repitió, como cada vez que le habían preguntado eso—. Es confuso.

—Cualquier cosa me irá bien.

—De verdad que no lo sé, padre. Es complicado.

—Soy bastante listo, inténtalo.

Ella nunca se lo contaría. Sin importar las veces que preguntara. No le gustaba ese hombre. Ni sus ojos, ni su escaso pelo blanco, ni su barriga regordeta, ni su voz amable. Especialmente su voz.

—Es sobre... —pensó un breve instante—. Una luz.

El hombre empezó a dibujar de nuevo símbolos extra?os.

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